Tiempos nuevos

Opinión

El mundo actual ya no es el de la lucha entre ideologías occidentales decimonónicas

En el nuevo mundo, los derechos humanos tienden a perder el carácter universal que alcanzaron a tener en los noventa.
En el nuevo mundo, los derechos humanos tienden a perder el carácter universal que alcanzaron a tener en los noventa. / 14ymedio
José Gabriel Barrenechea Chávez

25 de diciembre 2025 - 08:02

Santa Clara/En la sociedad transnacional cubana una parte importante de la oposición cree vivir todavía en la última década del siglo pasado, los noventa, cuando las ideas liberal-globalistas dominaban de manera casi absoluta el pensamiento de la época. Por su parte, desde el régimen, cuando logran elevar sus prosaicos espíritus algunos milímetros del suelo, insisten en pensarse viviendo todavía algo más atrás, en 1960. Para ellos el colapso del capitalismo, pero sobre todo del Imperio Americano, y el regreso de la cornucopia soviética, que los pondrá a vivir en 1984, están ahí, al doblar de la esquina.

La realidad es muy diferente, no obstante. Lo primero, en consecuencia, es definir en qué mundo vivimos.

Ciertamente en uno para nada parecido a cualquiera de los vividos entre 1945 y 2014, hasta la invasión rusa de Crimea. No en uno en que una superpotencia marxista-leninista esté dispuesta a complementar a la economía cubana, necesitada inevitablemente de un alto grado de complementariedad económica, con un desprendimiento rara vez visto en la historia. Pero tampoco en uno en que las élites liberal-globalistas, económicas, culturales y políticas puedan imponer los derechos humanos como inalienables, independientemente de la cultura o civilización. Y en consecuencia en el que se consiga un apoyo internacional tan masivo como a principios de siglo en la condena de la represión política en Cuba. La cual ha ido alcanzando niveles, en estos últimos años, comparables únicamente a los de la guerra civil, en el primer lustro de los sesenta.

Para entender el mundo en formación hay que regresar en el tiempo, mucho más allá de lo que quienes hoy vivimos podemos recordar. Un mundo anterior a 1945, previo al tratado Briand-Kellogg, anterior a 1914 e incluso mucho, mucho más remoto.

El mundo en que vivíamos hasta 2014 era el resultado del conflicto entre dos ideologías contrastantes producto de la evolución intelectual de Occidente: el liberalismo y el socialismo. El primero terminó por imponerse en 1990 con el llamado Consenso de Washington y el optimismo de Fukuyama. Era, por tanto, un mundo occidental, dominado por sus ideas, costumbres y valores.

El presente, en cambio, ha dejado de serlo.

Es evidente que una superpotencia así carece del desprendimiento necesario para complementar a la economía cubana a la manera en que lo hiciera la Unión Soviética

Aunque los cubanos insistamos en ver en China un país socialista, marxista-leninista, en verdad es lo mismo de siempre: un Estado confuciano, organizado de la misma manera que 2000 años atrás. La República Popular China no practica el internacionalismo proletario, a la manera de la Unión Soviética, y todavía menos se propone la construcción del comunismo global. La China de los mandarines, de los burócratas confucianos, aunque ahora con un carné rojo en sus bolsillos, lo que persigue no es propagar al resto del mundo las supuestas bondades de un sistema socio-económico dizque más justo, sino la explotación de ese mundo en provecho de su país y de ellos como casta dominante.

Y para quienes no se han detenido a mirar bien, China, un país completamente extra-occidental y núcleo de una de las más grandes y antiguas civilizaciones, es hoy un poder económico e industrial comparable al de Estados Unidos y muy por encima de lo que llegaron a ser en su momento de esplendor el Japón militarista, la Alemania nacional-socialista, o la Unión Soviética.

Es evidente que una superpotencia así carece del desprendimiento necesario para complementar a la economía cubana a la manera en que lo hiciera la Unión Soviética desde los años sesenta hasta finales de los ochenta. Si acaso tendrá el interés en explotarla económicamente o en sacarle ventajas políticas. Mas ni eso. Porque con tantas opciones por todo el planeta, los mandarines rojos de Pekín siguen sin encontrarle provecho a la pequeña y distante Isla, administrada por una burocracia dizque socialista, ineficiente hasta el sarcasmo. Las frecuentes visitas del presidente cubano a la República Popular o los continuos encuentros intergubernamentales, todos muy publicitados por los medios oficiales, que no han dejado nada ni remotamente parecido a los Acuerdos de Navidad de 1972 entre la Unión Soviética y Cuba, deberían habérselo hecho entender hace ya mucho a los mandantes de La Habana.

El mundo actual ya no es el de la lucha entre ideologías occidentales decimonónicas. Es uno que ha regresado al período anterior a 1789, cuando China era el Estado más poblado, rico y poderoso sobre la tierra, y el conflicto principal en la política internacional era entre civilizaciones, no entre capitalismo y socialismo, entre liberalismo y comunismo. Uno en que tras perder por doscientos años el liderazgo global a resultas de la industrialización de la civilización cristiana occidental, y algo después de la cristiana oriental, China está a pocos pasos de recuperarlo al ingeniárselas para industrializarse a su vez en poco más de cuarenta años.

Incluso cabe afirmar que ha regresado todavía más al pasado, al de antes de Pedro el Grande, al tiempo en que Rusia no se había propuesto aún "modernizarse", o sea, occidentalizarse, y persistía como el núcleo de otra civilización, cristiana también, pero heredera de Bizancio y no de Roma, propia de eslavos, no de latinos, celtas y germanos.

Porque si de algo sí deberían de haberse acabado de convencer en La Habana es que de la Rusia de hoy nunca obtendrían lo que Fidel Castro consiguió de la Unión Soviética, entre 1959 y 1989. Empecemos por decir que la Rusia presente no es ni la sombra de lo que aquel imperio multinacional representaba dentro de la economía global de los años 1960. Pero, sobre todo, la Rusia presente es un Estado conservador centrado en sí mismo, no esa incoherente teocracia atea y universalista que fue la Unión Soviética. Nada en común, por tanto, con el ecléctico y pueril izquierdismo del régimen cubano actual, insistente en proclamar a Marx y Lenin al tiempo que no tiene escrúpulos en hacerle la corte al liberalismo 3.0 o al movimiento woke americano.

Sin embargo, en esta nueva realidad civilizatoria el asunto tampoco pinta bien para quienes desde la oposición insisten en vivir en los 90, en aquella remota década gloriosa para la concepción de los derechos humanos como universales e inalienables.

En los últimos años ha quedado claro que nuestra idea de los derechos humanos no se funda tanto en las búsquedas intelectuales de la Antigua Grecia como en la reinterpretación por el movimiento cristiano de algunas ideas secundarias dentro del pensamiento griego. O sea, se ha demostrado que no andaban tan erradas las acusaciones lanzadas desde otras civilizaciones, más que nada desde el mundo intelectual musulmán o subsahariano, de que la actual idea de unos derechos inalienables al ser humano tiene un origen particular civilizatorio, y no es el resultado necesario e inevitable de la evolución de la sociedad en abstracto, como concepto sociológico puro.

No obstante, a pesar de lo trágico que esto pueda parecerles a los opositores liberales y sobre todo liberales 2.0 y social-woke-demócratas, lo cierto es que en este nuevo mundo las oportunidades están más en contra del régimen habanero que en cualquier momento de la Guerra Fría. No hay, por tanto, que temer un regreso a la época de 1959 a 1989, cuando el movimiento cubano opositor fue reducido a vestigios testimoniales.

No es sostenible un regreso a 1984, como lo está intentando el régimen desde las protestas antigubernamentales de 2021

No existen en este nuevo mundo probables Uniones Soviéticas, alternativas a nuestro "enemigo histórico". En la política internacional, lo que pareciera tomar forma es un consenso entre los tres grandes sobre el derecho de cada uno a su zona de influencia, respetada por los demás. Y Cuba, en cualquier acuerdo semejante, quedará muy adentro de la estadounidense. Por lo que esperar interferencias chinas o rusas en Cuba, con las cuales balancear la influencia de Estados Unidos, y permitirles a los cubanos algo más que sobrevivir entre hambre, epidemias y apagones, no es muy realista — si deseo se respete mi área de influencia, ¿qué iré a buscar al interior de la ajena?

Pero, sobre todo, si bien es cierto que en el nuevo mundo los derechos humanos tienden a perder el carácter universal que alcanzaron a tener en los noventa, estos se reafirman ahora como inseparables de la civilización cristiana occidental a la cual pertenece la nación cubana. Como personas nacidas y criadas dentro de una cultura, determinada esencialmente por la religión, tenemos derechos nacidos de la interpretación del mundo, de nosotros mismos y de la herencia de nuestros ancestros.

Eso pareciera haberlo entendido muy bien el régimen. Por ello ha dado en fomentar, a través de sus poderes de base y el Ministerio de Cultura, un fenómeno que en Cuba siempre ha estado asociado a la depauperación moral y material de nuestra gente: la propagación de animismos de orígenes africanos, aunque muy influidos por los remanentes de animismos europeos, sobre todo mediterráneos, vitales en la misma Europa hasta no hace más de cinco o seis generaciones. En La Habana parecen haber comprendido que este es un modo muy eficiente de sacarnos de nuestra civilización, y no debería extrañarnos que ronde la idea de crearse una religión oficial "descolonizadora", con la cual enfrentar al subversivo cristianismo.

En resumen, a todos quienes nos sea dado pensar por nosotros mismos o elevarnos sobre el egoísmo individualista para renunciar a los privilegios que aún el régimen les reserva a sus testaferros y paniaguados —sobre todo el de sentirse y actuar como los "guapos" de la manada nacional—, nos quedará claro que en el nuevo mundo hay posibilidades para que en Cuba se establezca un régimen fundamentado en la dignidad plena del ser humano. Pero esas posibilidades solo podrán concretarse si volvemos a lo que somos.

Cuba no es civilizatoria ni culturalmente esa Corea del Norte que los actuales gobernantes de la Isla toman como modelo. No es sostenible un regreso a 1984, como lo está intentando el régimen desde las protestas antigubernamentales de 2021. En la zona de hegemonía a la cual le correspondería pertenecer, si como parece un nuevo mundo dividido en ellas llegara a concretarse, no es de creer sea sostenible este intento de regreso a 1984, impuesto tras las protestas antigubernamentales de 2021.

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