Trump, una parábola aleccionadora
San Salvador/Desde su espectacular irrupción en el escenario político norteamericano hasta el disparo en el pie que supuso la extravagante negativa a reconocer su derrota electoral, Donald J. Trump describió una parábola sin igual en la historia democrática occidental. Analizar este fenómeno, para aquellos que hacemos ciencia política y nos interesa la historia de las ideas y los liderazgos, es una labor fascinante y retadora.
La sola nominación de Trump a la candidatura republicana planteaba, en sí misma, un desafío teórico. Por mi parte, en aquel momento de franco estupor, dije que su arribo equivalía a presenciar la invasión del espectáculo circense en la política estadounidense, con los efectos que aquello podía tener para el propio Grand Old Party.
La premisa no estaba equivocada, pero luego los demócratas cometieron el error histórico de nominar a Hillary Clinton. Con la inclinación de los azules por la desgastada exfuncionaria de Obama, el asunto se equilibró de manera dramática. Y para mal.
No mentiré diciendo que entre mis vaticinios estaba, en noviembre de 2016, la sorprendente victoria de Trump. Creí, como casi todo el mundo, que Clinton sería elegida, sobre todo porque casi ninguna encuesta le concedía el triunfo a su polémico adversario. Lo que sí dije es que la América "profunda", esa que odiaba el sesgo de CNN y nunca leía el New York Times, iba a dar un fuerte golpe de mesa. Pues bien, el fuerte golpe no solo quebró la mesa, sino que envió a Hillary directa al osario político.
Como gobernante, Donald Trump fue un poco menos de lo que se temía y bastante más de lo que pocos previeron
Como gobernante, Donald Trump fue un poco menos de lo que se temía y bastante más de lo que pocos previeron. En materia económica —y que me perdonen los fanáticos de Biden—, dudo que tenga quien lo supere en el corto plazo. Incluso cuando se analiza fríamente lo que hizo Trump para frenar la expansión china, por dar un solo ejemplo, los saldos terminan siendo favorables a su gestión, a despecho de aquellas bravuconadas y salvas al aire que lanzó.
Tampoco en la agenda social anduvo descaminado el 45º mandatario gringo. De hecho, la aplicación de medidas que hicieron respetar la libertad de conciencia de grandes capas medias y rurales fue un alivio que contrarrestó las imposiciones de su predecesor, experto como fue en dividir a la sociedad entre "conservadores" y "progresistas" (términos, por cierto, cada vez más ambiguos).
Lo peor de Trump, obviamente, fue su retórica incendiaria, propia de su irrefrenable carácter impulsivo, belicoso y partisano. Ni la moderación ni la modestia ni la ecuanimidad figuraron jamás en su lista de virtudes, políticas o personales; al revés, a lo que siempre apostó fue a la ruptura y al exacerbar la ruptura como estrategias de comunicación, halando de esa cuerda hasta límites nunca vistos en EE UU. Allí ganó sus mejores batallas y obtuvo sus peores derrotas. El resultado final fue que la cuerda, estirada al máximo, acabó por romperse.
Lo más sorprendente del caso Trump es que, pese a todos sus errores y la esperable fatiga de su modo de ejercer el poder, estuvo a punto de ganar las elecciones del año pasado. Vale preguntarse qué habría ocurrido si el coronavirus no hubiera aparecido justo en los meses previos a los comicios. Este reflejo de la sociedad americana debería ser una lección aprendida para los demócratas, que tendrán trumpismo para rato si insisten en la aplicación de políticas intrusivas y económicamente inviables. En cuanto a los populistas latinoamericanos (Bukele, Bolsonaro, López Obrador...), ¿podrán aprender algo útil también, antes de que sea demasiado tarde?
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