Crónica de una "entrevista" impostada

La periodista independiente Miriam Celaya fue citada este martes a la Estación de Policía de la calle Zanja esquina a Lealtad, La Habana. (Cubanet)
La periodista independiente Miriam Celaya fue citada este martes a la Estación de Policía de la calle Zanja esquina a Lealtad, La Habana. (Cubanet)
Miriam Celaya

11 de marzo 2020 - 21:34

La Habana/Llegaron con una hora de retraso. Los dos jóvenes se dirigieron al banco donde yo me había sentado a esperar en la Estación de la Policía (PNR) de la calle Zanja, en Centro Habana y se disculparon por la tardanza: "Hubo falta de coordinación", dijo el que obviamente habían designado como encargado de la palabra y que después, sin que yo le preguntara, se presentó a sí mismo como "Alexander". "Queda claro que la puntualidad no es una de sus virtudes", respondí yo mientras ignoraba su saludo. Porque entre los trillados métodos de la (in)Seguridad del Estado se incluye someter a los "citados" por ellos a una espera que busca crear nerviosismo o sentimientos de humillación en el otro. Conmigo, que cuento con una saludable y robusta autoestima, no lo lograron.

De inmediato, Dicequealexander y su compañerito -al que le tocó el papel de estatua de hielo- me condujeron a una pequeña oficina adyacente a la carpeta de la recepción. El lugar era pequeño, decadente, sucio, cuyas paredes alguna vez fueron pintadas con un color que ahora está entre el azul desvaído y el gris polvoriento, y cuyos muebles piden relevo a gritos: un buró viejo lleno de papeles también viejos y de cuadernos que a todas luces nadie abre ni escribe en ellos, un par de sillas plásticas y una desgastada butaca con forro percudido que, quizás por ser la mejor pieza del local, sirvió de trono a Dicequealexander. La silla que me tocó a mí quedaba justo frente a él, mientras la estatua de hielo tomó asiento en otra silla, muy cerca de mí, a mi izquierda.

En justicia, hay que reconocer la coherencia entre el escenario, la institución y el régimen que representa

Miré en derredor, haciendo un rápido inventario de la utilería: un ventilador en la pared aireando solo la mochila negra medio descosida de Dicequealexander, colocada en una cuarta silla -váyase a saber con qué función-; una fotografía descolorida del Innombrable y su hermano menor, alguna que otra consigna, una cortina de persianas, echada, partida por varios lugares. En justicia, hay que reconocer la coherencia entre el escenario, la institución y el régimen que representa.

Dicequealexander tomó la palabra, su rostro asumió una expresión que intentaba ser afable y simpática, como si yo estuviese allí por mi propia voluntad y no por una citación preñada de amenazas: "Bien, Miriam, el objetivo de esta reunión es que tengamos una conversación para comprendernos, para llegar a acuerdos" (¡¡¡???????!!!). Yo, considerada que soy, le respondí de inmediato que en ese caso le notificaba de antemano que no iba a cumplir su objetivo porque yo no tenía absolutamente nada que hablar con ellos. Les confieso que me causa cierta desazón ver a la gente perder tan miserablemente el tiempo, más aún si se trata de gente joven que viven en un país donde hay tanto por hacer. En fin.

"Pues si usted no tiene nada que hablar con nosotros, nosotros sí tenemos mucho que hablar con usted".

- "¿Estoy arrestada?", pregunté.

- "No"

- "En ese caso me voy"

- "No, no puede irse, usted está en una estación de la PNR adonde ha sido citada"

- "Pero no se me ha acusado de delito alguno ni he sido detenida. Estoy aquí bajo coacción".

- "No, usted está aquí para conversar"

- "Ya le dije que no voy a conversar con ustedes, que no son interlocutores válidos para mí y que para que haya una conversación se requiere de al menos dos partes interesadas".

- "Pues aquí veo que somos tres"

En este punto comprendí que Dicequealexander tenía serios problemas de capacidad cognitiva y decidí que ya le había dedicado suficientes palabras. "Diga lo que tenga que decir, empiece su monólogo", le dije.

Entonces Dicequealexander empezó a quejarse con la estatua de hielo, a propósito de mi mala conducta. La esfinge -que tenía asignado el nombre de Ricardo y que ¿casualmente? había sido el "entrevistador" de mi esposo el pasado 27 de febrero- musitó apenas un susurro de aprobación en solidaridad con su compañero. Mala suerte para una persona con tantas ganas de "conversar" como Dicequealexander.

"¿Ves?, ella tiene la misma actitud desafiante de su esposo, es una actitud negativa que le va a traer graves consecuencias; en vez de comprender cuál es su situación mira lo que hace". Era ridículo. Aquel sujeto, más joven que mis dos hijos, agente de los cuerpos represivos de la dictadura más larga de este Hemisferio, intentaba darme consejos de conducta, mezclados con amenazas. Y así siguió por unos instantes en lo que yo continuaba escudriñando el desorden que me rodeaba (reconozco que la desorganización me incomoda mucho, más aún cuando se combina con suciedad), cuidando de no tocar nada con mis manos.

Dicequealexander se incomodó, pero se contuvo y decidió cambiar la estrategia. Entró en modo freudiano, pasando al psicoanálisis. "Miriam, yo tenía entendido que usted era una persona educada. Ni siquiera me mira cuando me estoy dirigiendo a usted. Yo tenía la impresión de otra cosa... Esa no es su personalidad ni su carácter..." Y volvía sobre "esa es una mala actitud que no le conviene. La próxima vez será usted la que querrá hablar con nosotros. Porque tenga la seguridad que habrá una próxima vez, y entonces no seremos tan cordiales". Así dijo: "cordiales". Y debo reconocer que me sorprendió que conociera esa palabra. Seguramente está en el manual del interrogador, pero hay que ver que pudo memorizarla. Debe haber sido un esfuerzo sobrehumano para una persona cuyo vocabulario resulta lastimoso a fuerza de pobre.

El siguiente paso de la estrategia de Dicequealexander fue entrar en modo académico. Apeló a la Historia de Cuba. O a lo que sea que le hayan hecho creer como Historia de Cuba. "Entonces estamos como en Baraguá, que no nos entendemos", dijo sintiéndose muy sabio. Y ahí ya no pude contener la risa. Perdonen, es que ya me dolía el diafragma. Aquel fornido muchacho, que bien hubiera podido estar haciendo algo útil, como por ejemplo cortar el denso marabú que cubre tantas tierras en Cuba o sembrar algo de viandas para paliar el hambre de tantas familias cubanas, o buscándose cualquier trabajo de verdad, estaba allí, sentado ante mis narices, sentando cátedra de Historia.

En su infinita soberbia Dicequealexander se sentía otro Maceo. Y en su no menos infinita ignorancia no sabe que en realidad la Protesta de Baraguá fue un farol que tiró el insigne jefe mambí

En su infinita soberbia Dicequealexander se sentía otro Maceo. Y en su no menos infinita ignorancia no sabe -cómo habría de saberlo, egresado de esas escuelitas- que en realidad la Protesta de Baraguá fue un farol que tiró el insigne jefe mambí, herido en su amor propio por tener que morder el polvo de la derrota después de tantos años de dura lucha, para salir de Cuba poco tiempo después, precisamente a cuenta de los buenos oficios de su peor adversario, Arsenio Martínez Campos, y del erario de la Corona y dejando atrás a las escasas tropas que le siguieron a la manigua y que acabarían sometiéndose también al Pacto del Zanjón.

A todas estas Dicequealexander seguía con la misma candanga de mi mala actitud sin tener nada de qué asirse. Yo seguía mirando insistentemente mi reloj y por un instante su rostro se iluminó. Creyó tenerme en sus manos. "Está apurada, Miriam, porque nosotros no. Tenemos todo el tiempo del mundo". "No, solo siento curiosidad por saber qué tiempo le toma a usted darse cuenta de que no voy a conversar con usted". Le tomó exactamente 25 minutos. Ya les había dicho antes que el muchacho era duro de entendederas.

Varios amigos me han estado pidiendo que narre en las redes este episodio, y los complazco, pero sería demasiado aburrido seguirme extendiendo sobre un particular tan estéril. Así, pues, concluyo. Si bien yo, violando mi propio decisión, intercalé alguna que otra frase, sorprendida por la colosal arrogancia de este mozalbete guapetón que tanto se esforzaba por parecer un James Bond antillano, en un par de cosas sí coincidí con él, porque estoy absolutamente convencida de ambas y así se lo hice saber:

1) "No somos enemigos". Por supuesto que no. Agentes represivos como Dicequealexander no están a la altura, no tienen la capacidad ni el magín necesario para ser mis enemigos, no tienen voz, no tienen libertad, no son nada más que los instrumentos de una dictadura que solo se sirve de ellos y que los abandonará en su momento, como se deshace de todo trasto que deja de serles útil.

2) "Cuba va a cambiar... Y mucho". Eso es seguro, aunque Dicequealexander lo diga en un sentido muy diferente. Precisamente para eso trabajamos muchos cubanos desde dentro de la Isla y desde todas las orillas, para que Cuba cambie. Ese cambio es inevitable, de hecho ya ha comenzado en la voluntad y en los sueños de muchos buenos cubanos, lo estamos viendo nosotros y lo están viendo también los jefes de estos jóvenes agentes. Será sin dudas el cambio que queremos la mayoría y el que ellos tratan de impedir: una Cuba próspera y venturosa donde nunca más los jóvenes como Dicequealexander traicionen a su pueblo por las míseras limosnas y las engañosas prebendas de una dictadura que, como Roma, le paga a los traidores pero los desprecia.

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