Sorda y muda - Diario de una extranjera repatriada 4

Museo de Bellas Artes. (14ymedio)
Un extranjero puede tener que pagar cinco CUC para entrar en el Museo de Bellas Artes, mientras un cubano desembolsa hasta 24 veces menos en moneda nacional. (14ymedio)
Dominique Deloy

05 de septiembre 2016 - 09:44

La Habana/A veces tengo la impresión de debatirme dentro de un acuario: no puedo abrir la boca sin miedo a ahogarme, nadie quiere escucharme, mis preguntas siguen sin respuestas. Algunos, por supuesto, me juzgarán indiscreta, atrevida, incluso "comemierda", como se dice aquí, aunque no sé lo que realmente significa esta palabra, intraducible en francés pero agradable a mis oídos: ¿estúpida, timorata, ingenua?

Es un hecho que aquí no está bien visto preguntar demasiado. A menudo me responden: "No sé, no he preguntado", dando a entender que hace falta ser muy extraño para preguntarse tales cosas, casi sospechoso.

Y no solo cuando se trata de política. ¿Política? ¿Quién habla de política aquí? La palabra misma es... ¡sospechosa! Cuántas personas no me habrán dicho: "No me gusta nada meterme en política, no me interesa absolumente". Hablar de este tema aquí es como si fuera obsceno, indecoroso. ¡Lástima del francés repatriado, al que le gusta tanto la política y que rehace el mundo una y otra vez hablando con los amigos! ¡Casi un deporte nacional! ¡Cierra la boca, pobre pez repatriado, comemierda!

¿Política? ¿Quién habla de política aquí? La palabra misma es... ¡sospechosa!

Pero es así. El francés repatriado quiere saberlo todo. No sólo por qué el salario mensual de su tía Candita, arquitecta y jefe del servicio de Vivienda, no le permite comprar un par de zapatos. También por qué en Cuba todavía hay dos monedas: una denominada "nacional" y la otra... ¿cómo llamarla, entonces? ¿"Extranjera", tal vez? ¿Y cómo saber cuándo sacar una o la otra (cuando además billetes y monedas son muy parecidos)? ¿Por qué a veces se puede pagar con cualquiera de las dos, haciendo la conversión, y a veces no: cuando hay dos precios diferentes en cada moneda, uno para los cubanos reales y otro para los turistas, o "falsos cubanos", como yo?

Ayer tuve que pagar cinco CUC para entrar en el Museo de Bellas Artes –aunque su magnífico techo está a punto de colapsar sobre las obras de Courbet y Degas y se ve el cielo a través–, mientras mi compañero pagaba 24 veces menos en moneda nacional; sin una explicación, como si el cajero fuera sordo, mirándome en silencio cuando le pregunté el motivo. ¿Por qué, sí, por qué? Un verdadero rompecabezas. Es una suerte que no me cobren el pan de la libreta en CUC, pero siempre voy a la panadería con aprensión y un poco de vergüenza, como si fuera un ladrón tratando de quitar el pan de la boca de los verdaderos cubanos. Eso es también lo que siento cuando me paseo sola a bordo de estas máquinas fascinantes, el pelo al viento, la nariz llena de olor a gasolina y los oídos de un atronador reguetón. Yo pago como los demás: 10 pesos en moneda nacional, pero me siento "clandestina, ilegal", citando la canción de Manu Chao.

Sí, el francés repatriado quiere saberlo todo. Le gustan las explicaciones inequívocas, racionales, las palabras directas, claras

Pero no es solo el dinero, aunque este sea el principal tema de conversación (además de saber dónde conseguir ese día el yogur o el pollo). También quiero saber por qué la frontera entre la legalidad y la ilegalidad es tan delgada aquí. Por ejemplo, ¿por qué, delante de todos, en una panadería con nombre francés, me tienden un paquete de galletas abierto y vaciado a la mitad y, sobre todo, por qué, cuando pido explicaciones, me ponen mala cara en vez de disculparse? Lo mismo para las botellas de agua o los paquetes de pasta, en los cuales un ojo entrenado puede discernir ranuras sutiles e ingeniosas utilizadas para reducir el producto de un tercio de su contenido y cuyo precio sigue siendo el mismo.

Sí, el francés repatriado quiere saberlo todo. Le gustan las explicaciones inequívocas, racionales, las palabras directas, claras.

Además, en su acuario, el repatriado está sordo: aquí no hay internet, o muy poco. Algunos minutos carísimos en un punto wifi, siempre que no haya una avería, de la que no se puede saber ni la duración ni el motivo. Queda claro que no sirve para informarse. Por no hablar de la prensa... que dice lo que quiere y cuando le da la gana. No queda más que radio bemba, el boca a oreja. Así que aquí no se sabe nunca nada. El repatriado está obligado, pues, a preguntar sin que le respondan, abriendo y cerrando la boca en su acuario. Sin resultados.

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