Cartas de lectores
El comunismo debe ser condenado por ley
Cartas de lectores
Houston (Texas)/Razones sobran. El comunismo no es solo una teoría económica fallida: es una maquinaria ideológica corrosiva que pervierte el alma de las naciones. Su esencia es el odio: odio de clases, al mérito, al éxito individual, a la fe, a la libertad. Desde su génesis, esta ideología ha sido un llamado a la confrontación permanente, a la división social, a la destrucción sistemática del tejido humano que hace posible la civilización.
Karl Marx no ocultó su desprecio por el orden existente: “La religión es el opio del pueblo”, escribió. Pero bajo el comunismo, no solo se combate la religión; se asesina a Dios en nombre del materialismo dialéctico, dejando un vacío espiritual que se llena con el culto a figuras humanas, convertidas en ídolos sangrientos: Lenin, Stalin, Mao, Fidel… todos elevados a la categoría de profetas infalibles por una maquinaria de propaganda que sustituye la verdad por la mentira repetida.
En nombre del “hombre nuevo”, el comunismo busca aniquilar la individualidad, vaciar al ser humano de libre albedrío, someterlo al pensamiento colectivo, imponerle una ética artificial al servicio del Partido. Se promueve el espionaje entre vecinos, la vigilancia sobre los propios hijos, la delación como virtud revolucionaria. La libertad de pensamiento se castiga como traición. Se adoctrina, no se educa.
La prueba histórica: del sueño a la pesadilla
Las cifras no mienten. El comunismo ha dejado muerte y sufrimiento allí donde se ha implantado. El Libro Negro del Comunismo, obra monumental coordinada por Stéphane Courtois, estima que más de 100 millones de personas murieron a causa de regímenes comunistas en el siglo XX. No es una exageración: son datos documentados.
URSS: 20 millones de muertos (purga estalinista, hambrunas provocadas, gulags).
China maoísta: 45 millones de muertos solo en el Gran Salto Adelante.
Camboya: 2 millones bajo Pol Pot, casi un tercio de su población.
Cuba: miles de fusilados, encarcelados por ideas, millones de exiliados y una sociedad rota.
¿Y todo esto por qué? ¿Por el bienestar del pueblo? No. Para imponer por la fuerza una utopía imposible, basada en un igualitarismo artificial que solo beneficia a una élite militar y partidista.
El fracaso económico y moral
El comunismo prometió tierras fértiles, fábricas sin patrón, igualdad para todos. Lo que entregó fueron campos improductivos, fábricas paralizadas y un empobrecimiento generalizado. El sistema desalienta el trabajo porque no hay incentivo ni recompensa. Si da lo mismo producir mucho que poco, la pereza se vuelve norma. Como dijo Margaret Thatcher: “El problema del socialismo es que se acaba el dinero... de los demás.”
En Cuba, el ejemplo es brutal: una tierra fértil, rica en recursos y sol, convertida en un desierto agrícola. El campesino no siembra porque no puede vender libremente. El obrero no trabaja porque el salario no alcanza para comer. La juventud emigra o se degrada. El Estado, incapaz de producir riqueza, sobrevive a base de represión, control y propaganda.
La mentira del “hombre nuevo”
El llamado "hombre nuevo" comunista no existe. Existe el hombre mutilado, domesticado, vigilado, incapaz de decidir sobre su vida. Se le enseña a repetir consignas, a odiar al “enemigo de clase”, a renunciar a sus sueños y deseos en nombre de una causa que nunca se cumple.
Fidel Castro, ícono del comunismo caribeño, llegó a afirmar que en Cuba la cultura era solo para los revolucionarios, es decir, para los que repetían sin pensar. El disidente era, y es aún hoy, considerado un traidor, un mercenario, un gusano. Se le expulsa del trabajo, se le encarcela, se le golpea. ¿Ese es el “hombre nuevo”? No. Es el esclavo moderno de una dictadura ideológica.
El comunismo debe ser condenado no solo moralmente, sino también jurídicamente, como lo fue el nazismo. Ambos sistemas nacen del odio, destruyen libertades y terminan en genocidio. Países como Polonia, Hungría, Lituania y otros ya han dado pasos legales en ese sentido. En 2006, el Parlamento Europeo reconoció los crímenes del comunismo al mismo nivel que los del nazismo. “Los regímenes totalitarios comunistas, sin excepción, han sido responsables de asesinatos en masa, esclavitud, deportación y hambrunas intencionadas”.
No basta con lamentarse. Es tiempo de actuar. El comunismo no debe ser tolerado ni promovido como una opción política legítima. Su práctica debe ser penada, sus símbolos, prohibidos, y sus crímenes, juzgados. No se trata de venganza, sino de justicia histórica y prevención moral. Una sociedad que no condena al comunismo está condenada a repetir su tragedia.
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