Algunas propuestas para acabar con la dictadura

Una mujer en la entrada de su casa con un mural que anuncia el Comité de Defensa de la Revolución de su barrio. (EFE)
Hay una larga lista de organizaciones cuyo único propósito es reprimir, como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en cada barrio. (EFE)
Osvaldo H. Sosa Yeras

25 de agosto 2020 - 10:39

Miami/¿Será cierto que la dictadura en Cuba está a punto de desmoronarse? No comparto el optimismo de quienes así lo proclaman. El sistema actual se sostiene, a mi juicio, sobre tres pilares: el monopolio de la información, el aparato de contrainteligencia y represión y un liderazgo fuerte y unificado.

El monopolio de la información persiste, a pesar de pequeñas fisuras creadas por la costosísima internet, el postapocalíptico sistema del paquete y un grupo de valientes influencers y opositores dentro y fuera de Cuba que han alzado su voz para denunciar la triste situación de la Isla y su gente. El Estado nunca va a permitir un medio alternativo u opositor dentro de Cuba y hará todo a su alcance para mantener el monopolio sobre las comunicaciones.

El aparato de contrainteligencia y represión está intacto y es operativo, lo suficiente no solo para controlar la Isla de lado a lado, sino para expandir y ejercer un control semejante en tierras extranjeras. ¿O existe alguien que no sepa del papel de los órganos de inteligencia cubanos en Venezuela, por mencionar el caso más obvio?

Díaz-Canel controlará el Gobierno y el Partido, pero el verdadero poder descansa en manos de quien controla la Comisión Nacional de Defensa (a saber, Alejandro Castro Espín)

El único de los tres pilares herido de muerte es el tercero. Fue un tiro en el pie propiciado por la propia dictadura. Fidel murió y Raúl, inevitablemente, lo hará pronto, junto a todos los "históricos". Díaz-Canel es el presidente y según Raúl, será elegido como secretario en el congreso del PCC del 2021 (porque el congreso es el año que viene pero ya Raul decidió, o adivinó, quién será "orgánicamente" elegido).

De este modo, Díaz-Canel controlará el Gobierno y el Partido, pero el verdadero poder descansa en manos de quien controla la Comisión Nacional de Defensa (a saber, Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl), quien según la nueva Constitución puede declarar el estado de excepción y tomar el control del Gobierno. En otras palabras: la nueva Constitución de Cuba legaliza un golpe de Estado de los servicios de inteligencia al Gobierno en caso que la propia comisión lo considere necesario, cual espada de Damocles. Díaz-Canel al frente de dos instituciones disfuncionales e inorgánicas no podrá hacer mucho para salvar el barco y no podrá consolidar liderazgo.

Vienen las preguntas que todos se hacen desde Cuba: ¿qué puedo hacer yo?, ¿cuál es la alternativa?

Nadie tiene la respuesta definitiva a ninguna de las dos preguntas, pero un buen comienzo sería dejar de cooperar con quien nos oprime. La libertad comienza en el corazón y la mente. Si no estoy de acuerdo, si no soy feliz, si quiero una realidad diferente, no puedo marchar el primero de mayo, votar que sí en la Constitución y encerrarme en ideas viejas y repetidas, justificando, por ejemplo, la represión del Estado hacia mi pueblo con "el carácter guerrerista del gobierno de los Estados Unidos". No tiene sentido y no es coherente.

Nadie puede obligarte, acusarte o sancionarte por no querer participar de una actividad, de una votación o de una organización. Es una forma de comunicar descontento y comenzar a ser libres

Muchos opositores piden al pueblo salir a la calle, pero yo considero que hay un paso previo: desamarrarse de todas las ataduras. Hay una larga lista de organizaciones cuyo único propósito es reprimir tu ser político, servir de contención y muro entre tu descontento y los "líderes". Nadie puede obligarte, acusarte o sancionarte por no querer participar de una actividad, de una votación o de una organización. Es una forma de comunicar descontento y comenzar a ser libres muy fácil, al alcance de todos. No sería suficiente, pero sí un gran comienzo.

Comenzar proyectos nuevos, discutir abiertamente, enfrentarse, competir por influencia y militancia es lo correcto y deseable en democracia. Cuando yo veo diferentes grupos de la oposición enfrentados, insultándose o emprendiendo proyectos similares de forma paralela, veo la clásica estrategia de la Seguridad del Estado: divide y vencerás. Para servir a los intereses de ellos, hay que ser o muy tonto, o un agente.

Si de verdad los cubanos queremos un cambio y la oposición quiere desempeñar un papel en él, hay un camino a recorrer que nos pone a todos por el mismo trillo y en la misma dirección, sin importar nuestras diferencias.

Me pregunto que será más difícil: ¿que los cubanos de adentro dejen las múltiples militancias del sistema y se alisten para asumir un papel decisivo en sus vidas y en la Cuba que todos queremos, o que los líderes opositores abandonen, al menos hasta que alcancemos la democracia, sus grupos, sus proyectos, sus ideas personales (caudillismo y regionalismo, como en las guerras de independencia)?

El camino hacia la libertad descansa sobre grandes y complejas cuestiones, difíciles pero no imposibles.

También hay que romper el monopolio sobre la información, de modo que la oposición política pueda establecer un diálogo, en ambos sentidos, con el pueblo. Etecsa podrá ganar unos dólares, pero el impacto estratégico de tal canal de comunicación para los propósitos de la libertad y la oposición política sería disruptivo y comenzaría a desequilibrar el statu quo dentro de Cuba.

Sin duda, las sanciones económicas son una medida de presión necesaria para privar de recursos a una dictadura que ha probado ser violenta, subversiva y contraria a los intereses del mundo libre, pero estratégicamente, es un suicidio para la oposición cuando esta se resquebraja entre quienes rechazan las sanciones y quienes la apoyan.

Si la oposición política no se coordina y, con un propósito común, solventa las diferencias, no habrá mucha esperanza para la libertad

Así pues, ante las sanciones, la oposición debería mantener la neutralidad. Dicho más directo: el trabajo de la oposición debería ser coordinar a los cubanos que desean la libertad, no coordinar las sanciones.

Asfixiar económicamente la dictadura ha probado ser difícil durante 60 años. Ellos apuestan por el desgaste, toman ventaja de la alternancia del poder en la democracia estadounidense, trasladan la presión a los más indefensos, sacan un tremendo apunte mediático y estratégico, culpando al “agresor” de los problemas de Cuba.

En suma, necesitamos una oposición política unificada, en la que todos los proyectos sean bienvenidos, y donde la única condición para pertenecer fuera desear el traspaso de Cuba hacia una democracia republicana, con elecciones periódicas y división de poderes entre la presidencia, el congreso y los tribunales.

Destruir una dictadura es mucho más fácil que hacer renacer una República. No es grande el sacrificio; grande es la tarea que nos queda por delante. Si la oposición política no se coordina y, con un propósito común, solventa las diferencias, no habrá mucha esperanza para la libertad.

Esa siempre fue la pesadilla de la dictadura: una oposición política fuerte, unificada, y un canal alternativo de comunicación con el pueblo. Si se lograra, la dictadura duraría menos de una década.

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