Aniversario cerrado

Reinaldo Escobar

14 de marzo 2008 - 22:45

Entre las más notables peculiaridades de la liturgia revolucionaria está la de celebrar los aniversarios de las fechas tenidas por gloriosas. Con el tiempo y debido a la existencia de una estructura burocrática del partido que se encarga de sacramentar los hechos y sus apóstoles, se ha ido formando la costumbre de darle más relevancia a lo que en la jerga de periodistas y funcionarios del aparato de propaganda se llama “los aniversarios cerrados”, que son aquellos que terminan en cinco o en cero. Pura cábala, o tal vez, algo de numerología, vaya usted a saber.

En enero de 2008, el Granma publicó durante varios días, desplegado a dos páginas, un vademécum con las celebraciones más importantes que a lo largo del año cumplían un aniversario cerrado. Por puro aburrimiento leí detenidamente aquella guía de conmemoraciones históricas y me llamó la atención varias ausencias. Aquí solo voy a comentar una, que se debiera tener en cuenta el día que escribo esta nota: el 13 de marzo de 1968, cuarenta aniversario del lanzamiento de la Ofensiva Revolucionaria.Aquella noche, en la tribuna que se colocó en la escalinata de la Universidad de

La Habana para celebrar el once aniversario del asalto al palacio presidencial, Fidel Castro dio a conocer que a partir de ese momento serían nacionalizados todos los establecimientos que quedaban en manos privadas. Dicho así parece cosa de cualquier revolución. Todo depende de lo que se entienda por “establecimiento”.

Al amanecer del día siguiente estaban cerrados e intervenidos por el estado todas las bodegas, quincallas, kioscos, puestos de frita, carritos de helado, talleres de reparación, poncheras y aunque ahora no se quiera creer, hasta los sillones de limpiabotas, fueran estos propiamente sillones o bancos de dos patas. Para muchos analistas y estudiosos del proceso cubano esta Ofensiva Revolucionaria significa, ni más ni menos, el fin mismo de lo que podía entenderse por Revolución Cubana y no porque luego fuera derrocada, sino porque después de aquello ya no quedaba más nada que hacer, desde el punto de vista de cambiar las cosas del pasado capitalista.

De forma paralela a la masiva confiscación de timbiriches, apelando a la pureza revolucionaria y al estoicismo estólido de quienes estaban empeñados en construir al hombre nuevo, se decretó el cierre de todos los bares y centros nocturnos del país. Como había vaticinado el siempre oportuno Carlos Puebla: “Se acabó la diversión: Llegó el comandante y mandó a parar”

No quiero emplear este espacio para cronicar aquellos hechos que fueron dolorosos y devastadores, tanto para la economía como para las personas, y para la cultura nacional. Prefiero detenerme en la pregunta de por qué no se está conmemorando este día el 40 aniversario de aquel hecho, al que nadie, desde los espacios oficiales, le ha hecho un solo ataque, que ni siquiera se menciona como un error que se logró superar.

Me gustaría creer que esta velada y silenciosa condena al olvido es el comienzo de una autocrítica o al menos una especie de permiso para hablar del asunto sin elogios. Me gustaría creerlo, porque hasta que acontecimientos de esa naturaleza no sean colocados públicamente en el machacadero de la historia, estaremos en peligro de reincidir en ellos. Quiero decir, estarán ellos en peligro de reincidir y nosotros en el riesgo de volver a ser las víctimas.

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