A 18 años del maleconazo ¿qué fue de los que nos quedamos?
Me perdí los acontecimientos del 5 de agosto de 1994 porque en ese momento estaba fuera de Cuba. Unos amigos me invitaron a Alemania y en la mañana del día 6 desperté en Frankfurt viendo unas imágenes a través de la CNN que parecían ser de La Habana, pero que yo no quería admitir que estuvieran ocurriendo allí.
Dos días después publiqué un artículo en el diario Tages Zeitung bajo el título de Ich züruck nach Kuba, o sea, Yo regreso a Cuba, donde comentaba que me parecía una locura aquel éxodo y concluía preguntándome ¿En qué terminará todo esto?
Hoy ya sé que no ha terminado. No sé cuántos de aquellos 35 mil cubanos que desafiaron las corrientes del Estrecho de la Florida sobre las más inimaginables embarcaciones, han regresado al país como turistas, seguramente más gordos y mejor vestidos; no sé cuántos de los que no se atrevieron entonces se decidieron después por una balsa, un matrimonio por conveniencia, una deserción, una visa de refugiado o cualquiera de las muchas formas en que los cubanos siguen escapando de su país. Tampoco sé cuál es el número de los arrepentidos. Arrepentidos de haberse ido, arrepentidos de haberse quedado. Sólo sé que aquello, que esto, no ha terminado y que la probabilidad que vuelva a ocurrir algo semejante sigue siendo una amenaza.
El año pasado unas 30 mil personas abandonaron el país por diferentes vías. En estos 18 años, sin apelar a los datos de las estadísticas oficiales debe haber emigrado al menos un cuarto de millón, quién sabe si medio millón. Suficientes para llenar una plaza. No sé qué hubiera pasado si toda esa gente se hubiera quedado. No sé qué pasaría si de pronto todos nos vamos.
Sé que regresé a mi país y que hasta la fecha sigo pensando en quedarme, respetando mucho a todo el que toma la decisión de irse.