Que canten los otros gallos
Apelando a una frase absolutamente incidental, los medios oficiales dieron a conocer que la iglesia católica estaba haciendo gestiones a favor de los presos y las damas de blanco. Atendiendo a que la liberación de los prisioneros políticos ha sido la demanda más compartida al gobierno cubano en los últimos años, la noticia merecía titulares más específicos, pero ese es el lenguaje de los que detentan el poder y solo nos queda hacer un esfuerzo por interpretarlo.
Se especula que a partir de esta semana, quizás a partir de hoy, comenzará un movimiento en el que los prisioneros más enfermos serán ingresados en hospitales y aquellos que están en cárceles alejadas de sus hogares serán trasladados a sus respectivas provincias.
No se descuenta que se produzcan “licencias extrapenales” y hasta se habla de auténticas liberaciones. Todo esto como resultado de que, al más alto nivel, los gobernantes eligieron como interlocutores a los representantes de la jerarquía eclesial.
Los cubanos tenemos amargas experiencias históricas relacionadas con discusiones sobre asuntos trascendentales a las que no fueron invitadas todas las partes implicadas. Los dos ejemplos paradigmáticos fueron: el Tratado de París en 1898, en el que 5 norteamericanos y 5 españoles decidieron tras 70 días de discusión el traspaso de nuestra soberanía nacional y el pacto entre la Unión Soviética y los Estados Unidos en 1962, que dio por terminada la presencia de armas nucleares en la isla. En ambos casos los cubanos no fueron invitados.
Sin embargo, hubo personas felices porque terminaban los conflictos y fueron muchos los que aplaudieron los resultados, al interpretar que la cuestión de invitar o no a todas las partes era un asunto de metodología y no un problema de principios.
No tiene mucho sentido especular sobre cuáles hubieran sido los resultados si Juan Gualberto Gómez o Manuel Sanguily hubieran estado presentes en París, tal vez la República habría sido otra cosa diferente. ¿Y si Raúl Roa y Carlos Rafael Rodríguez hubieran representado a Cuba en las discusiones de 1962? Quizás ya nadie recordaría el bloqueo y en las instalaciones de la base naval de Guantánamo estaría hoy la capital de la provincia.
En estas conversaciones entre obispos y generales se van a obtener resultados positivos. Habrá alegría en muchos hogares y la presión internacional sobre las autoridades cubanas se reducirá ante “el gesto” gubernamental, pero ¿cuáles serían los resultados si invitaran a otras personas?
Voy a atreverme a decir algunos nombres, sabiendo que otros harían listas diferentes. ¿Qué tal si sentamos en esa mesa a personas como Dagoberto Valdés, Elizardo Sánchez, Osvaldo Payá, Manuel Cuesta Morúa? ¿Y si las Damas de Blanco eligen a una delegada que las represente? ¿Y si Pedro Argüelles acude a nombre de los presos?
Aquí si tiene sentido especular, porque no estaríamos jugando con estériles hipótesis sobre el pasado, sino trazando posibilidades reales sobre el futuro de la Nación. Creo que si esa discusión llegara a ocurrir podría concluir con la despenalización de la discrepancia política y nunca más un cubano iría a prisión por expresar sus ideas. Otros gallos cantarían precipitando el amanecer.