Derecho de admisión
El pasado jueves 29 de octubre un grupo de personas fuimos impedidos de entrar a un centro cultural donde se realizaría un debate sobre Internet. Los excluidos éramos en su mayoría blogers alternativos.
El argumento invocado por los encargados de impedir nuestro acceso fue que la institución se reservaba el ejercicio del ”derecho de admisión”. No usaré este espacio para detallar lo ocurrido, que ya ha sido tema de otros blog.
Prefiero detenerme en algo más general que es precisamente el uso de esta libertad que se toma una institución de determinar el libre acceso de ciudadanos a instituciones públicas.
Recuerdo (tengo edad para eso) que antes de 1959 existían clubs privados en los que la directiva tenía el derecho de aceptar o rechazar a nuevos miembros. Es sabido que esto era usado para practicar la discriminación racial, pues aunque en ningún reglamento o estatuto interno de la asociación se expresara claramente el asunto del color de la piel, el ejercicio poco transparente del derecho de admisión daba pie a que éstas y otras discriminaciones se pusieran en práctica.
Una institución tiene derecho a tener reglamentos y a realizar eventos cuya entrada se limite por invitación. Tal es el caso de los congresos a los que hay que acreditarse para participar. Pero un centro cultural público donde se ha convocado un debate abierto es otra cosa.
Una pregunta a la que no he hallado respuesta es si una institución pública tiene la prerrogativa legal de auto otorgarse el derecho de admisión y en caso de hacerlo si tiene o no la obligación de informar con absoluta nitidez a sus potenciales usuarios cuáles son las peculiaridades que son objeto de exclusión, como por ejemplo, el tipo de ropa que se usa para entrar o si se viene acompañado de animales.
Una muestra de esto son las cafeterías donde, advirtiéndolo en un cartel visible, se prohíbe vender cigarros y bebidas alcohólicas a los menores de edad o los restaurantes donde se exige algún tipo de etiqueta en el vestuario.
Lo que resulta inadmisible es la existencia de reglas ocultas con las que uno tiene que lidiar como si se tratara de un acertijo.
Tengo la convicción de que quienes fuimos excluidos de participar en el debate sobre Internet, convocado por la revista Temas en el Centro Cultural “Fresa y Chocolate”, estábamos en una lista conformada por patrones ideológicos.
Esto es comparable a que no le vendan cigarros a los adultos fumadores porque son comunistas o que no dejen entrar a la discoteca a aquellos que saben bailar, pero son democratacristianos. La mayoría éramos blogers cubanos residentes en esta isla, especializados en usar eficazmente la limitadísima red cubana para ejercer en ella nuestro derecho a la libertad de expresión.
Estamos estudiando la propuesta de convocar a un debate sobre este mismo tema en el que puedan participar todas las opiniones. El lugar tendría que ser indiscutiblemente público, como las arenas de una playa o los bancos de un parque, el único requisito sería acudir con buena voluntad de diálogo o lo que es igual: despojados de violencia verbal y renunciando a hacer ataques personales. Todos tendrán en ese debate el verdadero “derecho de admisión” que consiste en el derecho a ser admitidos y no discriminado.