La dinámica del espacio
Una de las demandas más imperiosas que reclaman quienes tienen algo que expresar es la de contar con un espacio desde donde difundir lo que tienen que decir a los demás. Ese espacio puede circunscribirse a una tribuna, un escenario, una galería, una página o un tiempo frente a las cámaras de la televisión o los micrófonos de la radio.
¡Ah, si yo tuviera un espacio!
Pero suele ocurrir que cuando ese espacio se obtiene, se logra bajo la condición de no decir precisamente aquello que queríamos expresar. Entonces empieza a funcionar un mecanismo que nos impulsa a cuidar el espacio alcanzado, a no arriesgarlo para no perderlo. Incluso a cuidarlo para que no caiga en peores manos.
Está claro que lo primero es ganar el espacio. Conozco un grupo de música rock que nunca encuentra un teatro donde presentarse porque desde el principio advierten la eventualidad de que en un momento se les puede ocurrir bajarse los pantalones frente al público o decir palabrotas ante el micrófono. También está claro que nadie que esté cuidando su puesto de trabajo asumirá la responsabilidad de ofrecerles un espacio. Conozco a un trovador que hace canciones muy críticas sobre la situación cubana, pero cuando ha estado en vivo ante cámaras y micrófonos en la Tribuna Antiimperialista canta algo contra la guerra de Irak o a favor de la justa lucha del pueblo palestino.
Tengo muchos amigos que trabajan como periodistas en periódicos nacionales. Sé cómo piensan y todo lo que les incomoda. A veces me encuentro con alguno que me pregunta en voz baja si no me percaté del atrevido adjetivo que eligió en su último comentario para referirse a determinada situación. Le digo que no lo leí y entonces me cuenta, como el que narra una proeza, que había logrado deslizar la palabra “insuficiente” para calificar el resultado de la última cosecha de papas. Él cree que ha hecho un uso temerario del espacio que le tienen permitido. No es que él sea una persona cobarde, es que hace sólo unos meses despidieron a un colega al que se le fue la mano.
Una vez que se cuenta con el espacio adecuado se empieza a tener en cuenta el sentido de la oportunidad. No es lo mismo ser el comentarista del Noticiero Nacional de la televisión que ser el entrevistado en un programa que se transmite en un horario de poca audiencia en una emisora de radio de un municipio en el interior del país. Tampoco es lo mismo tomar por la fuerza, pistola en mano, Radio Reloj que tener la oportunidad de usar el micrófono porque un buen amigo o pariente a quien no queremos perjudicar nos haya dado un chance.
Recientemente la artista plástica Sandra Ceballos tuvo la brillante idea de inaugurar una exposición bajo el provocador título de “curadores, go home” cuyo propósito esencial era precisamente abrir de par en par las puertas de su espacio aglutinador a quienes difícilmente serían aceptados por los académicos curadores el arte.
¡Ah, si yo tuviera un espacio! Y ahí estaba, abierto y democrático como el mar, el salón de la casa particular de Sandra Ceballos.
Pero las instituciones oficiales del Ministerio de Cultura, especialmente el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, reaccionaron como reaccionan los reaccionarios. Se levantó una ola de indignación institucional y argumentando que a la inauguración estaban invitadas personas políticamente incorrectas se advirtió a los presumibles participantes que acudir a la muestra sería tomado como un acto de evidente desobediencia.
Dóciles y solícitos, cometedores del pecado original, algunos artistas se apresuraron (el dedo acusador, las ropas desgarradas), a descalificar la herejía.
La dueña del espacio –en todo su derecho- decidió postergar la exposición y finalmente resolvió abrirla sin inauguración, lo que implicaba que el grupo de rock, aquel que nunca encuentra un espacio, no se presentaría. Las muestras más provocadoras se retiraron “para no quemarle el espacio a Sandra” y no pasó más nada.
Un trampolín es un espacio que se usa para lanzarse a la piscina. Un espacio que se alcanza para determinado propósito no puede conservarse a cambio de renunciar al objetivo: Una vez en el trampolín, solo nos queda saltar al agua.