Encuentro de dos mundos
Hace muchos años ya que vi una película australiana con el título que elijo hoy para este post. Relataba un romance entre una muchacha blanca de la ciudad, perdida en medio del desierto y un joven nativo. Ya no me acuerdo en que terminó la historia pero no he olvidado el desasosiego de aquellos personajes al tener que interactuar con otro tan diferente.
El pasado viernes 18 el CDR que atiende los últimos pisos del edificio donde vivo convocó a todos los vecinos a asistir a la discusión de los Lineamientos del VI Congreso del PCC. En la citación se enfatizaba la necesidad de que asistieran los militantes del partido y de la UJC. Fui el primer asistente en llegar al loby del piso 10 donde se efectuaría la reunión. Solo estaban la presidenta del comité, el jefe del núcleo zonal y dos instructores del Comité Municipal del partido. Poco a poco fueron llegando los demás hasta completar una treintena de personas.
No pretendo contar aquí mis intervenciones, que fueron pocas y moderadas, ni la combatividad con que fueron enérgicamente rechazadas, como si se hubieran tratado de abiertas provocaciones. Aunque estoy obligado a decir que todo transcurrió sin violencia, civilizadamente, podría decirse que con espíritu democrático. Lo que quiero relatar es la sensación de “encuentro de dos mundos” que viví durante las dos horas que duró la reunión.
Debo confesar que me sorprendió la vehemencia con que un joven reclamaba que se agregara el concepto de “gratuita” a la educación, en el punto 133 que toca ese tema en los lineamientos. Estaba vivamente intranquilo ante el temor de que desapareciera esa conquista; me embargó un extraño sentimiento al ver a un vecino preocuparse por el lineamiento 162 que prevé la futura eliminación de la libreta de racionamiento que le “garantizaba un mínimo cada mes” y tuve la absoluta seguridad que ni el oficial de las FAR uniformado ni el del Ministerio del Interior vestido de civil estaban fingiendo cuando invocaban la irreversibilidad del socialismo en Cuba.
Me pregunto cómo se sentiría cualquiera de aquellas personas si aceptara una invitación a las habituales tertulias que de vez en cuando hacemos en nuestra casa o en la de otros amigos, para discutir sobre las alternativas y los posibles escenarios de cambio en nuestro país. Cuál no sería su estupefacción al ver la naturalidad con la que hablamos de una posible transición y de la inviabilidad del socialismo en Cuba.
Nadie debería desconocer y mucho menos negar que en esta pequeña isla conviven al menos dos mundos, cada uno convencido de su prevalencia sobre el otro, de su superioridad numérica o moral. Los primeros en comprender esta realidad deberían ser nuestros gobernantes que siguen insistiendo en que toda oposición es mercenaria y pro imperialista y los que están en contra de la política oficial son enemigos de la patria, son anticubanos; pero quienes nos alejamos de la doctrina oficial tampoco tenemos derecho a creer que del otro lado solo hay oportunistas o esbirros a sueldo de la dictadura. Este es el momento de darse cuenta, si realmente queremos encontrar solución a nuestros problemas, si queremos dialogar civilizadamente.
Eso sí, ese diálogo será imposible hasta tanto no se despenalice la discrepancia y ese paso tienen que darlo los que gobiernan.