El fin de la eternidad
Ya sé que la eternidad carece de fin, y hasta de comienzo, pero seamos dialécticos y relativicemos el concepto. Si desde que uno empieza a tener una noción del país donde nació tiene un gobernante que se mantiene en el poder hasta que llega la jubilación y se nos acaban los proyectos, eso, en términos de la finitud de la vida humana vale como una eternidad.
Por eso me dio una crisis pasajera de optimismo escuchar a Raúl Castro anunciar que a partir de ahora los altos cargos gubernamentales y partidistas solo podrán durar como máximo diez años, o lo que es igual dos periodos de cinco con una sola reelección permitida.
A todos a los que les intenté contagiar mi entusiasmo me miraron con lástima o indignación. Yo mismo me molesté conmigo cuando recordé aquella asamblea previa al cuarto Congreso del Partido en el año 1991 en que nos dieron permiso para opinar lo que quisiéramos y se me ocurrió proponer esto mismo que ahora se aprueba. ¿Me habré adelantado a mi tiempo, como le corresponde a un buen visionario? ¿O acaso se trata de una medida tardía que debió aplicarse hace 20 años?
De haber ocurrido así, el entonces Primer Secretario hubiera empezado a contar su plazo a partir de aquel momento y en el 2001 el segundo hubiera pasado a ser el primero, de manera que ¡justamente en este año! Raúl Castro hubiera concluido su segundo mandato, suponiendo su segura reelección en el 2006.
¿Habrá que esperar al 2021 para conocer el nombre que será coreado y aclamado por los delegados al octavo Congreso del PCC? ¿O se abrirá un agujero en el tiempo y saltaremos, sin previo aviso a otra dimensión?