Invocación al pie de la montaña

Reinaldo Escobar

04 de febrero 2009 - 04:58

 

Frente a la tumba de Frank País, en la esquina donde se dice “Aquí cayó Otto Parellada”, mirando las tarjas que dejan constancia de que “en este lugar…” se juntaron los insurrectos, se reunieron los conspiradores, se imprimieron las proclamas, es decir, en cualquier sitio de Santiago de Cuba, me hice la misma pregunta: ¿Será la rebeldía cosa del pasado?, ¿Será posible que el miedo a perder el empleo o la carrera universitaria sea más fuerte que el miedo a perder la vida?, ¿Será acaso más fácil y menos riesgoso tomar las armas que expresar nuestras ideas?

Hablé con jóvenes y viejos, hombres y mujeres; protestantes, católicos y ateos; obreros, intelectuales y estudiantes. No encontré una sola persona que me dijera sentirse a gusto con su situación actual ni con las condiciones en que vive el país, pero tampoco encontré a nadie (realmente hallé uno solo) que haya tenido la ocurrencia de expresar públicamente su inconformidad, sus desacuerdos, aunque sea una mínima divergencia.

Yo, que sólo soy camagüeyano, no me atrevo ni siquiera a sugerir que la gente de la indómita provincia se haya vuelto cobarde. Pienso que lo que quizás esté sucediendo sea que allá la desinformación está más extendida y que tantos años oyendo decir que Santiago es la cuna de la revolución, les haya infundido una especie de culpabilidad con lo que ocurre.

Santiagueros, la culpa la tenemos todos. Los cubanos estamos pagando el precio de nuestra inocencia, pero los que se tienen que arrepentir son los que abusaron de ella. Ojalá que nunca más sea necesario fundir una placa de bronce para indicar dónde se inmoló un joven, dónde fue asesinado un inconforme. La nueva valentía que reclama la Patria no se despierta con los clarines exaltados de la batalla, sino con la serena convicción de que tenemos una responsabilidad cívica y la obligación ciudadana de reclamar civilizadamente los derechos que nos pertenecen.

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