Siempre sonreímos

Reinaldo Escobar

22 de junio 2008 - 22:22

Por falta de tener el Diario de Colón en mi menguada biblioteca personal, me he visto imposibilitado de comprobarlo, pero lo creo. Dicen que el Gran Almirante, luego de haber tenido la ocasión de conocer a los aborígenes que poblaban la isla, se preguntó: “¿De qué se ríen estos indios?”

Desconocedores del hecho de que la risa, la alegría consustancial, nos es tan endémica como las jutías y las auras, algunos observadores superficiales de la realidad cubana sostienen que en Cuba todo marcha bien y que la prueba irrefutable es que la gente ríe. Esas personas olvidan que en la noche del sábado 25 de julio de 1953 cuando un centenar de jóvenes idealistas se disponían a morir en aquel disparate que fue asaltar el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el resto de los santiagueros reían y gozaban detrás de la música de una conga y se embriagaban con las cervezas y el ron que podían pagar con su salario.

Durante los 14 años que trabajé en la revista Cuba Internacional (1973-1987) fueron muchas las veces que presencié cómo se hacían las fotos y sobre todo cómo se escogían las que serían publicadas, en particular las fotos de la portada. Los mejores fotógrafos de la época captaban esas imágenes (Iván Cañas, Ernesto Fernández, Figueroa, Pablo Fernández, Cristóbal Pascual y otros) Eran tan buenos en elegir un buen encuadre como en hacer sonreír a sus retratados, a veces yo mismo colaboraba haciendo monerías detrás del fotógrafo.

No es que quisiéramos mentir, de lo que se trataba era de que si aquellos estudiantes de una recién inaugurada escuela en el campo, o aquellos recios macheteros que acababan de cortar su tercer millón de arrobas de caña, o aquellos insomnes soldados que custodiaban el cielo de la patria no sonreían, nos parecía que la escena no estaba completa, que no ocurría en Cuba. Y era tan fácil hacerlos reír y tan natural para ellos complacernos que con el tiempo fuimos configurando el perfil de un país en el que la risa aparecía como un patrimonio de los nuevos tiempos, como un resultado de la revolución. Asumo la parte de la responsabilidad que me corresponde. Yo les hacía gracias, pero eran ellos los que reían.

Lo que no saben los apologistas venidos de otras latitudes es que también nos reímos de ellos, de su imperturbable ingenuidad. Un ómnibus en La Habana donde la gente hace chistes, se cuenta la vida y se toca lascivamente no es el metro de Berlín donde los pasajeros ni se miran y cada cual compite en parecer más hosco.

¡Oye, yuma, tírame una foto y regálame un fula, que tú verás cómo me río!

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