“El sitio en que tan bien se está”

Reinaldo Escobar

19 de septiembre 2011 - 21:04

Conocí la noticia de la muerte de Eliseo Alberto, Lichi para sus amigos, en los mismos instantes en que el ataúd del obispo Pedro Meurice era tragado por la fosa del cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, el 31 de julio de este 2011. Una emisora de radio me llamó un par de horas más tarde para que hiciera un comentario sobre el asunto, pero tuve que colgar el teléfono porque literalmente no era capaz de pronunciar una sola palabra. Hice un intento para escribir mis impresiones sobre la pérdida del amigo y como tampoco me era posible hacerlo, esperé a que sus restos descansaran en Cuba.

La familia, en todo su derecho, decidió darle un destino final el pasado 29 de agosto en el más estricto marco familiar. Se me ocurrió escribir algo bajo el título de Lichi entre nosotros, pero nada salía como yo esperaba. Este 10 de septiembre hubiera cumplido 60 años y dejé pasar la fecha.

Hoy en la mañana me llamó Fefé, su hermana gemela, para contarme los detalles de cómo se cumplió la voluntad de Lichi.

En la vieja entrada del barrio Arroyo Naranjo hay un puente de hierro sobre la línea del ferrocarril. Lo hizo construir hace más de 100 años Eliseo Giberga, quien fuera presidente del partido autonomista, y tío del poeta Eliseo Diego. Cerca de allí la familia tenía una pequeña finca, posteriormente incautada por “el afán justiciero de la revolución”. Aquel recodo del camino ocupaba un sitio privilegiado en la nostálgica memoria de Lichi. Allí jugó con sus amigos, allí cultivó su fabulosa imaginación, ese tesoro que nadie pudo confiscar, y fue allí donde quiso que su hija María José esparciera el contenido del cofrecito donde hizo su último viaje en avión desde México.

El puente, ubicado en un reparto conocido hoy como El trigal, se llama Cambó porque ese fue el nombre del pueblito francés donde vivió exiliado el tío- abuelo que lo hizo construir. Sigue en pie de puro milagro, todo alrededor es suciedad y abandono, pero eso es en el burdo territorio de la realidad. En esa otra dimensión que es la fantasía, se erigen insalvables farallones en medio de una exuberante vegetación, restos de barcos piratas, cavernas habitadas por dragones, castillos en cuyas torres alguna princesa espera por ser rescatada y donde un niño, un príncipe, un héroe, se entrenó para salvar al mundo. Justo cuando la candidez infantil empezaba a desvanecerse, quizás en una tarde lluviosa, Lichi cerró los ojos y le prometió a los duendes del lugar que nunca los olvidaría y que, en cuanto terminara de hacer las tareas que su futura profesión le pusiera por delante, regresaría a continuar el juego allí, a ese sitio donde tan bien se está, bueno para decir esto es la vida.

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