Solicito un optimista
Ahora que se vuelve a repetir la tonada de las reformas raulistas recuerdo que en los tiempos de la Perestroika circulaba un chiste donde a Mijail Gorbachov le ponían una multa de tránsito, porque cada vez que las luces de su auto anunciaban que doblaría a la izquierda, él daba un timonazo a la derecha. El carromato ponchado donde viaja el destino cubano carece de indicadores confiables. El que le haga caso a los discursos está perdido, de nada vale analizar los acuerdos de congresos ni las votaciones del parlamento, tampoco sirve escuchar a los académicos; menos sentido tienen los editoriales de la prensa oficial.
Sin embargo se mueve, como dicen que dijo Galileo. La pregunta que se me ocurre es qué va a pasar cuando ya hayan sido entregadas en arrendamiento todas las tierras ociosas y todos los locales vacíos en las ciudades hayan sido alquilados a entusiastas cuentapropistas y todo aquel que tenía un auto o una casa que vender haya traspasado legalmente su propiedad. Qué va a pasar cuando truenen al último corrupto que quedaba con un cargo de viceministro para arriba, cuando se hayan desinflado todas las plantillas y, libre de las barreras psicológicas, de la doble moral y la indiferencia, el socialismo tenga la oportunidad de abrirse paso limpiamente para poner en funcionamiento sus prodigios.
En la visión que tengo del asunto, el camino es pedregoso y cuesta arriba; los conductores no saben cómo llegar a la meta y como el loco de la carta del Tarot llevan los oídos taponados para no escuchar consejos. Los pasajeros, con los ojos vendados, cada vez creen menos los anuncios que proclaman la inminente llegada del futuro. Entre los que se bajaron antes algunos nos miran con piedad y otros con burla. Los que se quedaron con la intención de modificar el rumbo no logran ponerse de acuerdo. Se rumora que hay un inevitable abismo oscuro que el deslumbrante brillo de la utopía prometida no permite vislumbrar.