Un texto socialista ‘nacionalistamente’ excluido

La portada de 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue.
La portada de 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue.
José Gabriel Barrenechea

01 de noviembre 2016 - 15:05

Santa Clara/Cabría negar el carácter esencialmente nacionalista del castrismo y, en contraposición, sostener su pretendido internacionalismo "proletario". En apoyo de semejante posición, podría invocarse su reconocida capacidad para ignorar a propósito o aun para negar abiertamente grandes áreas de la cultura y la historia nacional, desde tradiciones y rasgos idiosincráticos hasta logros intelectuales que no puedan ser absorbidos en el marco de su ideología. El castrismo, encorsetado en su marco ideológico transnacional, habría dejado afuera todo lo que no concordara con la visión marxista-leninista.

Sin embargo, la realidad es que, por determinadas especificidades propias del nacionalismo castrista, los requerimientos de estricta consecuencia ideológica no han resultado siempre los determinantes en este proceso de selección cultural. Lo demuestra la actitud del castrismo, a pesar de su empeño en presentarse heredero de la tradición socialista, hacia el más influyente logro del pensamiento socialista cubano: El derecho a la pereza, del santiaguero Paul Lafargue.

A no dudar, esta obra fue en alguna medida ignorada por el castrismo por su carácter problemático para el marxismo-leninismo, la ideología ajena que debió adoptar a consecuencia de la incapacidad de Cuba para vivir autárquicamente solo al nivel de una sociedad neolítica. Sobre todo porque su llamado a abandonar la ética protestante de compulsión por el trabajo, sobre la que había prosperado el capitalismo y que, sin embargo, el marxismo no cuestionó, no encajaba en las necesidades del castrismo como cruzada para imponerse al mundo. Se debía aumentar la productividad del trabajo y la producción de bienes, pero no para que los ciudadanos tuvieran cada vez más tiempo libre, y en consecuencia pudieran buscar su realización personal en sus limitadas áreas de intimidad o mediante el ejercicio amplio de sus principales deberes cívicos, sino con el fin de multiplicar los recursos al alcance de la jefatura de la cruzada.

Además, la promoción entre los cruzados de cualquiera de las dos libertades, negativa o positiva, habría privado a la jefatura de poder utilizar a su arbitrio el más importante recurso de Cuba: el humano.

El castrismo ignoró el más alto logro del pensamiento socialista cubano por lo irreconciliable de las propuestas de Lafargue con los objetivos finales de este particular nacionalismo nuestro

Paradójicamente, el castrismo ignoró el más alto logro del pensamiento socialista cubano más que por consecuencia ideológica, o más exactamente por los inevitables rejuegos geopolíticos que lo obligaron a adscribirse al marxismo-leninismo, por lo irreconciliable de las propuestas de Lafargue con los objetivos finales de este particular nacionalismo nuestro.

Decir que un nacionalismo deja de ser tal por esa capacidad de abandonar, de silenciar, de excluir partes de su tradición cultural y tiene un evidente mentís en el caso más puro de nacionalismo en el siglo XX: el de la Alemania nazi. Aquel nacionalismo, que gracias a la alta industrialización del país, la proporcionalmente numerosa población para la época, el eficiente desempeño de su burocracia, la en general mayor cultura organizativa de su sociedad... no se vio precisado a entrar en los juegos geopolíticos y los cambalaches ideológicos del castrismo, también ignoró o dejó afuera mucho de su propia cultura; y no solo áreas de su tradición cultural vinculadas con lo judío.

En base a esta tendencia a creerse supuestamente facultado para seleccionar lo que pertenece o no en propiedad al legado cultural nacional, no puede a la vez negarse o afirmarse el carácter nacionalista o no de un determinado movimiento político que se pretenda tal. En todo caso, solo puede decirse si el nacionalismo en cuestión es o excluyente, enfermizo y con intenciones de imposición universal, actitud a que lo llevan sus orígenes en ciertos complejos de inferioridad nacionales, o por el contrario vital, incluyente y cosmopolita.

Las verdaderas intenciones finales del nacionalismo en cuestión se descubren en su actuar sobre las partes de la cultura nacional por completo opuestas a su discurso empobrecedor, o en todo caso problemáticas para las intenciones finales de este. El excluyente, el que ignora o niega partes vitales de lo propio, ya nos avisa a las claras que en caso de llegar a imponerse a escala global haría exactamente lo mismo.

Una muestra contemporánea de los verdaderos resultados de una probable cubanización castrista de todo el subcontinente está en la Venezuela de hoy

De haberse impuesto el nazismo al final de la II Guerra Mundial, ya sabemos en qué mundo nos cabría vivir hoy, o al menos en qué mundo habrían vivido quienes transigieran con semejante monstruosidad. De haberse impuesto el castrismo en América Latina en su época expansiva, ya podemos tener una idea de lo que habría pasado si recordamos las palabras con que Ernesto Guevara cerró su fiasco congoleño. Según él, el error había estado en que se había ido allí a cubanizar a los lugareños. No obstante, poco después no tuvo ningún reparo en irse a hacer lo mismo en Bolivia, con una guerrilla integrada y mandada sobre todo por cubanos, y con su negativa tajante a aceptar el más mínimo control de parte del Partido Comunista boliviano sobre su fuerza expedicionaria.

Una muestra contemporánea de los verdaderos resultados de una probable cubanización castrista de todo el subcontinente está en la Venezuela de hoy, donde el proceso que se lleva adelante gracias a la total subordinación a los dictados y a los credos de La Habana por Nicolás Maduro, esa ignorante marioneta castrista, o con los miles de agentes cubanos que han infiltrado todos los puestos claves de la sociedad, ha provocado la mayor fractura sociocultural que esa nación haya vivido en una historia que no ha sido precisamente muy tranquila.

En su origen, estos nacionalismos enfermos, a semejanza del castrismo o del nazismo, no desean lo natural a cualquier nacionalismo sano: ser reconocidos como iguales en la comunidad internacional por lo que de universal hay en su particularidad nacional. Su deseo es ser aceptados como superiores, como quienes tienen la verdad bien guardada en el recipiente portable típico de sus costumbres nacionales: alguien que es universal por su capacidad de imponer a los demás sus particularidades.

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