Se alquila un poco de emoción
El hombre entró en la pequeña librería El Cóndor cuya vidriera está orientada hacia el muro que bordea la universidad de Zürich. “Busco libros de Corín Tellado” musitó por lo bajo y yo salté frente al ordenador en el que tecleaba los últimos títulos llegados desde Buenos Aires, Madrid o México D.F. En su voz se sentía aún el acento habanero, tal vez porque llevaba poco tiempo en contacto con el dialecto suizo-alemán que terminaría por darle otra cadencia a sus palabras. Dijo que era del barrio de La Víbora y que también necesitaba –con urgencia- unas revistas españolas al estilo de Hola.
María Mariotti –la dueña del local- se le acercó para explicarle que no tenía ni lo uno ni lo otro, pero que podía pedirlo a las distribuidoras. ¿Qué títulos quieres? indagó la pequeña mujer mitad peruana y otro tanto japonesa. “Todos los que se puedan conseguir. Son para mi mamá que vive de ellos” -declaró él- tratando de justificar su insistente interés por las novelas rosas. Contó que a falta de remesas para enviar a Cuba, cada mes trataba de hacerle llegar a su familia algunas publicaciones que se pudieran alquilar a otras personas. El incipiente negocio consistía en rentar revista como Vanidades o Gente, por cinco pesos cubanos, a una amplia comunidad de lectores que ansiaban tener nuevas ediciones. Los clientes podían quedarse una semana con los apetecidos textos y después estos seguían de mano en mano hasta que el deterioro obligaba a retirarlos de circulación.
Pocos días después de aquel peculiar pedido, mi amiga partió para la feria del libro en Barcelona (2003) donde se le ofrecía un homenaje a María del Socorro Tellado López. Logró acercársele y contarle de la familia a al otro lado del Atlántico que sobrevivía cada mes gracias a su pluma. La autora de Doloroso engaño (1990) se impresionó con la historia y le entregó una selección con cincuenta de sus títulos, acompañados de una carta manuscrita para la señora de La Víbora. Aquel regalo hizo hipar de agradecimiento a la librera de Suiza y especialmente al hijo de la bibliotecaria alternativa. Él sabía muy bien lo que representaban aquellos nuevos ejemplares agregados a la colección materna. Sus páginas lograrían que en una deteriorada casa habanera hubiera más jabón, algo de aceite, otro poco de pan, zapatos para los niños y sueños para decenas de vecinos.