Cuatro años, nueve meses y una vida

Yoani Sánchez

11 de abril 2011 - 09:00

Justo cuando habías olvidado cómo enseñar a un bebé a caminar, te da por parir un blog. Un sitio web al que ayudar a articular sus primeras palabras, al que advertir de los peligros y mostrar un mundo que ni tú misma comprendías bien. Pensabas que ya no ibas a tener otro hijo, por aquello del déficit habitacional, la carestía y la protesta cívica -y silenciosa- de tu útero vacío, pero se te ocurrió ponerte a juguetear con la alquimia de los kilobytes. El parto ha sido doloroso, prolongado: no ha durado unas horas sino cuatro años. Con él te surgió una hemorragia imparable que se lleva tu tiempo y tu energía; también emergieron los supuestos doctores que te cuestionan: ¿por qué te metiste en todo esto? Después de un embarazo azaroso, la criatura nació por cesárea, te cosieron unos puntos quirúrgicos dolorosos alrededor de tu vida y aunque todavía puedes ponerte bikinis ya no te dejan entrar a los cines, participar de una conferencia cualquiera, viajar fuera de tu país, salir de la ciudad sin la constante persecución de esas sombras que también han llegado con el alumbramiento.

Eres la madre de un ente peculiar y novedoso, en una sociedad donde la diferencia no es bien vista. Quieres explicar a tus familiares y amigos que hubieras reventado si no sacabas fuera de ti este ser autónomo que es hoy tu bitácora virtual. Sin embargo, muchos no quieren creerte. Adjudicar a tu matriz la real autoría de este fruto sería confesar que ellos mismos han abortado una y mil veces por temor a ser emplazados públicamente. Sólo te queda arropar al bebé, verlo crecer y acostumbrarte a su rostro cruzado de sonrisas y cicatrices, escuchar a tu instinto y saber que ese es el retoño que has dado a luz, el que siempre quisiste tener.

Lo ves salir un día al mundo con la zozobra de si sobrevivirá al cinismo allá afuera, al insulto y la burla. Sin embargo, en lugar de regresar acongojado viene acompañado de otros iguales, de decenas de blog estigmatizados y satanizados, arropados por quienes -como tú- tampoco pudieron dejar de pujar. De manera que ahora el hijo-blog parte su pastel de cumpleaños y te guiña un ojo: le has regalado el respirar, el volar por el ciberespacio y el aletear en Internet. Pero ni siquiera siendo la progenitora tienes control sobre su vida. Ya pertenece a la blogósfera alternativa cubana y no tiene porqué llevar sobre sus espaldas esas dolorosas contracciones que tú sentiste el 9 de abril de 2007.

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