Bastión y distracción
Alguien metió un papel por debajo de mi puerta. Una hoja cortada a la mitad con indicaciones para evacuarse en caso de un huracán o de una invasión. Una de sus frases se me quedó pegada como el estribillo de una mala canción: “Coser una tela a la ropa de los niños menores, con los datos de identidad de los padres (tiempo de guerra)”. Me imaginé dando puntadas sobre la camisa de mi hijo, para que en medio del caos alguien pueda saber que su madre se llamaba Yoani y su padre Reinaldo.
La “guerra de todo el pueblo” –que en estos días se practica en el ejercicio militar Bastión 2009– nos tiene asignado un lugar a cada uno. No importa si nos dan miedos las armas, si jamás hemos creído en la confrontación como vía de solución y si no tenemos ninguna confianza en los líderes que guiarán al pelotón. Quienes juegan a la conflagración sobre una mesa llena de diminutos tanques y aviones de plástico, quieren ocultar que la más honda trinchera la hemos cavado los ciudadanos para protegernos de ellos mismos.
Los noticiarios están llenos de uniformados con sus armas, pero las maniobras marciales no logran esconder que nuestros verdaderos “enemigos” son las restricciones y los controles impuestos desde el poder. La guerra como distracción ya no funciona. La amenaza de paracaídas que caen y bombas que resuenan, como antídoto contra los deseos de cambio, ha dejado de ser efectiva. Creo que cada vez más personas dirigen su índice hacia el real origen de nuestros problemas y –sorpresa para los adalides de la batalla– no se ve como un dedo que señale hacia afuera.