Hoy, la editorial Rizzoli presenta en Italia una compilación de mis posts bajo el título “Cuba Libre”. Espero poder anunciar –pronto- una edición en mi propia lengua. Les adelanto el texto inicial del libro sobre los inicios de Generación Y, que justo por estos días cumple sus dos años y con éste de hoy llega a los 300 post publicados:
Es abril y no hay mucho que hacer, solo mirar desde el balcón y confirmar que todo sigue como en marzo o en febrero. La Plaza de la Revolución –un pirulí truncado que asustaría a cualquier niño- domina los bloques de concreto de mi barrio. Frente a mí, dieciocho pisos de hormigón llevan el cartel de Ministerio de la Agricultura. Su tamaño es inversamente proporcional a la productividad de la tierra, así que me dedico a mirar con mi catalejo las oficinas vacías y sus ventanas rotas. Vivir en esta zona “ministerial” me permite interrogar los altos edificios desde los que salen las directivas y resoluciones para todo el país. Manías de orientar el lente y pensar “ellos me observan, pues yo también los observo a ellos”. De esas inspecciones con mi telescopio azul he sacado bien poco, la verdad, pero una impresión de inercia traspasa el cristal y se cuela a través del hormigón de mi edificio modelo yugoslavo.
Miro a los que van con su jabita vacía para el mercado y muchas veces regresan con ella igual que a la ida. Yo también tengo una bolsa plástica, aunque la mía va doblada siempre en un bolsillo, para no denotar que me ha devorado la maquinaria de la cola, la búsqueda de la comida, el comadreo de si el pollo vino o no al mercado racionado… En fin, que tengo la misma obsesión por alcanzar algún producto, pero trato de que no se me note demasiado.
En mis delirios de contar las auras tiñosas que sobrevuelan al pirulí truncado y mientras me pregunto cómo llenaré la jaba, arribo a la idea más peligrosa que he tenido en treinta y dos años. El arranque parece estar influido por la húmeda locura de abril, fruto evidente de la malsana comezón primaveral. Acerco el teclado de mi vieja laptop, que un balsero necesitado de un motor de chverolet me ha vendido hace medio año y comienzo a escribir. El viaje de este aprendiz de Magallanes se frustró, pero ya la computadora me pertenecía, así que no hubo vuelta atrás. Comienzo con algo que está a medio camino entre el grito y la pregunta, no sé aún que éste será mi primer post, unidad primigenia de una bitácora. La escena es simple, una mujer enclenque y sin sueños ha dejado de mirar para empezar a contar lo que no ve reflejado en la aburrida tele y en los ridículos periódicos nacionales.
Antes de iniciar mis desencantadas viñetas de la realidad, la voz de la apatía me advierte que mi escritura no cambiará nada. El susurro del miedo saca a relucir a mi hijo de doce años y el perjuicio que la catarsis materna podrá acarrearle en su futuro. Oigo la voz de mi madre que me grita “Mi´jita pá qué te metiste en eso” y anticipo las acusaciones de infiltrada de la CIA o de la Seguridad del Estado que también lloverán. El vigilante detrás de mis cejas pocas veces se equivoca, pero el loco con el que comparte espacio no me deja oírlo. Así que empiezo a redondear el primer post y con él la jabita, el alto ministerio improductivo y la balsa que flota en el Golfo, pasan a un primer plano.
(…)
Meses después de aquel primer texto, estaré ante las casi trescientos mil opiniones dejadas por lo lectores, pasando revista a los doscientos posts y a las miles de anécdotas, para tratar de comprimirlos en las páginas de un libro. Chordelos de Laclos se reiría de mí, mientras trato de encontrar la evolución de un comentarista a partir de sus propias intervenciones, reportar las iras de algunos y mostrar el camino zigzagueante que he seguido yo misma. Las novelas epistolares han dado ya todo de sí, pero la red, sus hipertextos, zonas calientes e interactividad, apenas si han tocado a la literatura. Tan difícil es abarcar todo ese mundo virtual en la linealidad del papel, que definitivamente renuncio a intentarlo. Sólo logro que en la bitácora de la bitácora -que algún día publicaré- todos tengan su turno de decir algo: Generación Y, la blogger y los lectores.