Breve cronología de una victoria
Fotos de: Claudio Fuentes Madan
Jueves antes del concierto ¿Cómo se nos ocurrió ir al concierto de Pablo Milanés a pedir por la liberación de Gorki? Eso es algo que tiene el sello de lo espontáneo y la premura de lo que no puede ser aplazado o meditado mejor. Lo comentamos entre Ciro, Claudia y yo e inmediatamente decidimos hacerlo, porque organizar o cuadrar las acciones en demasía es la vía más rápida para que “ellos” se enteren. Ninguno de nosotros se detuvo a pensar en las repercusiones de lo que iba a pasar, pues sólo el que tiene algo que perder sopesa sus actos, con la misma precaución que un ama de casa manosea las latas en el mercado.
Jueves 28, 7:30 p.m. Un grupo entre los que estaban Ciro, Claudia, Hebert, Emilio y yo nos encontramos en la parada de guagua del Coppelia para salir rumbo al concierto en la Tribuna Antiimperialista. Ya en ese momento nos seguían algunos inquietos muchachos de la policía política y el operativo policial era impresionante. Todavía había luz diurna y Pablo Milanés cantaba cuando llegamos al Protestómetro. Gente muy variada, muchos militares y algo de prensa extranjera formaban parte de lo que encontramos allí. Durante casi cuarenta minutos estuvimos esperando refuerzos, pero al final decidimos pasar a la acción sin contar con los que se perdieron en la muchedumbre, los que nunca llegaron o los que una vez allí se arrepintieron. El plan era desplegar dos carteles con el nombre de “Gorki” y corear su nombre. Aquella fue la manera de recordarles a los músicos en concierto que esperábamos un pronunciamiento de ellos sobre la detención del director de Porno para Ricardo.more
Jueves, 8:35 p.m. Nos ubicamos en la zona izquierda de la tribuna, lo más cerca del escenario que pudimos llegar y lejos de un grupo que portaba gruesos palos con sus correspondientes banderas cubanas. Polito Ibáñez y Pablo Milanés acababan de terminar la canción “La soledad” y una breve pausa nos dio la oportunidad para que se escucharan nuestros gritos. Al llamado de uno, dos y tres, Claudia y yo desplegamos la tela que duró apenas unos segundos en el aire. Recuerdo que pudimos clamar –al menos en tres ocasiones– el nombre de Gorki. Gente vestida de civil salieron de todas partes y nos arrancaron la sábana pintada con spray negro. A las mujeres nos cayeron encima unas fornidas damas para halarnos los pelos y sacudirnos. Los hombres llevaron la peor parte cuando un supuesto “pueblo enardecido” les aplicó profesionales llaves de kárate para neutralizarlos. Recuerdo el miedo en la cara de los espectadores que no se esperaban nuestra acción; también la estampida de los que corrían dejando hasta los zapatos y el trozo de cartel que pude conservar en una mano. Ciro y Emilio fueron golpeados y arrastrados hacia la zona de seguridad a un costado de la tribuna. Claudia logró escapar, Hebert también y yo me zafé de una mano que me agarraba mientras llamaban por refuerzos. En ese mismo momento una amiga era arrestada en la zona para invitados, por escribir un papel pidiéndole a Pablo unas palabras de condena por la detención de Gorki. La segunda sábana nunca pudo ser desplegada.
Jueves, 8:45 p.m. El público cercano al incidente se dispersó y en la esquina decenas de policías comenzaron a tirarse de los camiones. Ciro y Emilio apenas se veían en medio de un amasijo de militares con tonfas y fornidos civiles que los golpeaban repetidas veces. Claudia y yo nos reencontramos y decidimos salir de la tribuna para conectarnos a Internet inmediatamente y contar lo ocurrido. Nunca me han parecido más inhóspitas las calles del Vedado, con policías requisando en cada esquina, como esa noche del jueves. Pensamos en pedir ayuda, pero en una casa a la que fuimos nos dijeron por lo claro que teníamos que irnos. Decidimos entonces separarnos con el presentimiento que quizás lo peor llegaría después.
Jueves, pasadas las 9:00 p.m. Claudia logró –gracias a la solidaridad de unos amigos con acceso a Internet– pasar un breve mensaje que fue la primera crónica de lo sucedido, contada por uno de sus protagonistas. El mensaje era muy vago pues en aquel entonces no sabíamos cuántos estaban detenidos ni qué iban a hacer con ellos. El resto de la noche lo pasamos haciendo llamadas y respondiendo preguntas a los que ya se habían enterado.
Jueves, después de la medianoche Cerca de la una de la madrugada, Ciro me llamó para contarme que lo habían liberado. Durante las más de tres horas que estuvo en la Estación de 21 y C, un miembro de la seguridad del estado quiso impresionarlo contándole que sabían todo sobre él, incluso que había jugado en un equipo de fútbol. Le dijeron que la detención había sido un malentendido y que la policía intervino sólo para que el “pueblo” no nos linchara. Le argumentó que gente del público había pensado que íbamos a desplegar un cartel contrarrevolucionario y por eso nos habían ido encima. Raro pueblo éste que por una parte no puede distinguir entre un nombre corto y una consigna, pero domina muy bien las artes marciales.
Durante la madrugada llamamos por teléfono a otros amigos y músicos para que fueran bien temprano al Tribunal Municipal Popular de Playa. Creo que ninguno pudo dormir las horas que nos separaron de la liberación de Ciro y Emilio y de la llegada a la esquina de 94 y 7ma A. Los golpes dolían más pasada la calentura de la acción, pero el miedo iba en retirada.
Viernes 8:20 a.m. Una docena de amigos estaban ya apostados en la puerta del tribunal cuando pude colarme en la zona que desde temprano estaba rodeada de un intenso operativo. Tal parecía que los que estaban allí eran peligrosos terroristas armados, porque de otra manera no se justificaban tantos miembros del Aparato por todas partes. Pude ver a uno de los que nos siguió la noche anterior y comprobar que la Operación Gorki era de máxima importancia también para ellos. Al mirar a estos inquietos miembros de la Seguridad del Estado, siempre me pregunto si no podrían incluirle en su plan de estudio una asignatura para que logren un mejor camuflaje. Es que todos se parecen entre sí, con sus pelados perfectos, sus hombros anchos, sus camisas de cuadros o sus pulóver de rayitas. ¿Nadie les habrá dicho que por cada poro se les sale que son militares vestidos de civil? ¿En la academia no les habrán advertido que sus miradas torvas, esos rostros tan serios y la falta total de swing que tienen, delatan su labor encubierta? Por favor, que alguien les dé un entrenamiento para que parezcan, sencillamente, personas normales.
Viernes desde la 9: 00 a.m. hasta las 6:00 p.m. Los reporteros extranjeros estaban por todas partes, también algunos diplomáticos y ya el grupo de los amigos llegaba a la veintena. Lamenté la ausencia de la comunidad artística cubana, en especial de los músicos que debieron estar allí para apoyar a su colega. Sin embargo, no me sorprendió que ningún rapero, trovador o reggetonero se apareciera en las afueras del Tribunal. Muchos no estaban enterados, y otros sopesaron que la pérdida de los pequeños privilegios era un precio muy alto a pagar por un cantante de punk que parecía previamente condenado. Algunos amigos que intentaron llegar al lugar fueron impedidos por el cerco policial. Resaltaba la presencia de la artista plástica Sandra Cevallos, quien ya ha enfrentado en repetidas ocasiones el brazo peludo de la censura. Algunas de las caras que encontré allí estuvieron también en aquella jornada del 30 de enero en las afueras de la Casa de las Américas, cuando el debate de los intelectuales. Por lo visto, hay cierta gente que acostumbra a protestar frente a todas las puertas.
El abogado, un hombre muy joven, había sido contratado sólo dos días antes, después de la repetida negativa de varios juristas a hacerse cargo del caso. El delito anunciado previamente era el de peligrosidad pre-delictiva y toda la demora para comenzar el juicio se la achacaron a que el expediente no aparecía. El padre de Gorki, un hombre de 75 años, se notaba muy nervioso y sólo a él le respondían algunas preguntas los policías que custodiaban el tribunal. Varios jóvenes acusados bajo la misma figura delictiva fueron juzgados mientras esperábamos. Recuerdo uno mulato y delgado que salió esposado y al ver las cámaras y micrófonos atinó a decir “Que se sepa, que aquí condenan a la gente por gusto”. No sé si la prensa extranjera habrá podido filmar sus palabras, pero quiero recogerlas aquí porque intuyo que su gesto de valentía le habrá ganado alguna represalia.
Bajo un pino en la acera frente al Tribunal, estaba el grupo de los amigos. Emilio enseñaba sus golpes y los dientes que le habían aflojado la noche anterior, mientras mi teléfono móvil no paraba de sonar con llamadas de todas partes del mundo. Ciro respondía a los periodistas y una cámara de la televisión nacional filmaba todo lo que hacíamos. Una muchacha muy joven, que estaba allí sin que sus padres lo supieran, me dijo en tono de preocupación: “Si salimos esta tarde en la Mesa Redonda, no sé cómo se lo voy a explicar a mi mamá”. Yo pensé en mi hijo, que esperaba en casa, ajeno a los golpes, los segurosos, la injusticia, confiado en que su mamá regresaría y el viernes sería otro día normal. Al recordar a Gorki, a su papá, a su hija Gabriela que en algún momento se enteraría, me atornillé a esa calle y sacudí la fatiga, el dolor y el miedo –que nunca se disipa del todo–.
A pesar de lo rodeado que estábamos de los “compañeros de las camisas de cuadro”, la presencia de la prensa internacional nos protegía. Cómo han cambiado los tiempos, me dije, al percibir el cuidado que ponía la policía en no cargar con nosotros frente a las cámaras. Aún así, al mirar a los corresponsales extranjeros me confirmé que no estoy hecha del material idóneo para ser periodista. No puedo mantenerme tras el lente sin implicarme. Esa labor de entomología que consiste en observar, reportar y no intervenir, definitivamente no está hecha para mí. Ser blogger permite también formar parte de lo que sucede, así que me quedó con este oficio.
Postergar el comienzo del juicio parecía una maniobra de desgaste para probar cuánto aguantábamos los que esperábamos fuera del Tribunal. Planificado para la nueve de la mañana, comenzó en realidad alrededor de las 6:30 de la tarde. En ese tiempo algunos se fueron, otros se sumaron y un par de amigos buscaron algo de comida. El mercado informal también se benefició de nuestra espera, pues una señora logró vendernos –a pesar del cerco policial– rositas de maíz, bizcochos y chicharritas. Tuvimos nuestra ducha de agua de lluvia a eso de las cuatro de la tarde y cuando el sol comenzó a bajar parecía que habíamos estado toda la mañana en la playa. El punto de no retorno había pasado con el mediodía, después de esa hora nadie se movió del lugar.
Cuando se acercó el momento de la llegada de Gorki, los hombres apostados en las esquinas comenzaron a cerrar el cerco. Tal vez pensaron que íbamos a intentar un audaz rescate o algo así, pero en realidad todos nos habíamos puesto de acuerdo para aplaudir y corear el nombre del reo cuando apareciera. La patrulla de policías parqueó y los aparatosos se lanzaron para cerrar un círculo en torno a él. Aún así, la prensa extranjera pudo captar su rostro con una barba de cuatro días, las esposas y el grito de “Gorki” que retumbó en toda la esquina. La tensión se podía palpar en cada rostro, pero –sin aspavientos, ni alardes– “ellos” estaban más nerviosos.
6:00 p.m. El juicio: Logré pasar a la sala del tribunal, junto a Ciro, Claudia, Emilio, Ismael de Diego y su novia, Elizardo Sánchez y su esposa Bárbara, Francisco Chaviano, Luís el padre de Gorki, Alejandro el fotógrafo, Javier, Claudio, René Esteban, otros que no conozco su nombre y un par de segurosos que se pusieron en una esquina. La sala estaba casi llena cuando entramos, porque habían convocado también a los familiares de un joven que iba a ser juzgado con posterioridad. La jueza, una mujer joven, llamó a la calma y presentó la causa. Nos enteramos en ese momento que la figura delictiva había sido cambiada por “desobediencia”. Gorki no sabía si para ese delito el castigo era mayor o menor, pero ya poco importaba: el circo había comenzado.
Bajo la mirada de un busto de Martí y con el escudo nacional presente, apareció el primer testigo de la fiscalía, Jefe de Sector de la zona donde vive Gorki. Hombre moreno, con acento del oriente del país y que se notaba muy confundido ante toda la prensa acumulada y el sorprendente apoyo a Gorki que se veía en la sala. El policía argumentó que los ensayos del grupo molestaban a los vecinos y que ya se había hecho una labor “profiláctica” con el acusado. El siguiente testigo era el ex jefe de sector, que confirmó la tesis del anterior e hizo énfasis en que el rockero era reincidente. Finalmente llamaron a una señora llamada Heidi a declarar. Un rostro marcado por la amargura entró en la sala y se identificó como la Presidenta de la zona de los CDR y miembro de la Comisión Preventiva formada por los factores de la cuadra. Cuando le preguntaron por el comportamiento social de Gorki, advirtió que “no participaba en las actividades del CDR, no hacía guardia y no votaba… su conducta social se resume en hacer ruido con su música y molestar a los vecinos”.
El joven abogado de la defensa tartamudeaba ante la “papa caliente” que tenía entre las manos, pero logró presentar una carta del centro de trabajo de Gorki confirmando su vínculo laboral. La fiscal `pidió entonces una penalización monetaria al acusado y todos respiramos aliviados. Seiscientos pesos cubanos fue la cuota fijada, cantidad que pagaría cualquiera, con los ojos cerrados, con tal de no estar una hora en la cárcel. El juicio había terminado y sentimos que toda la extenuación de las dos jornadas nos caía encima.
La policía tuvo la “amabilidad” de llevar a Gorki en la patrulla a recoger sus pertenencias personales y después lo trasladaron a casa. Afuera nos quedamos con las ganas de lanzarlo por los aires y volver a gritar su nombre. Salimos en grupo de allí, porque sabíamos que si nos separábamos “los muchachos de la mirada torva” podrían atreverse a irnos encima. La 5ta avenida fue el escenario de la alegría, las palmaditas en el hombro, las risas contenidas y el anecdotario de lo que había pasado. Llegamos a casa de Gorki que ya se había afeitado la barba canosa. Una botella de ron salió de una mochila y poco importó el cansancio, los nervios contenidos y la pregunta del padre del rockero de si queríamos “matar a su hijo”.
Lo habíamos logrado, Gorki estaba con nosotros gracias a todos los que se movilizaron afuera y adentro. A los que firmaron la carta demandando su libertad, a los reporteros que difundieron su encarcelamiento, al cartel ripiado en segundos pero recordado por años, en resumidas, gracias a la fuerza y el grito de miles de ciudadanos, organizados espontáneamente y enfrentados a una maquinaria que no está acostumbrada a ceder. El aceite hirviendo de un sistema judicial autoritario, hermético e ideologizado se quedó con las ganas de freír a Gorki. Comprobamos que si hiciéramos este tipo de acciones más a menudo, otros también podrían caminar libres por nuestras calles.