¿Buen talante?
Tuvimos momentos en que se puso de moda tirar la puerta, taparse los oídos, colgarle el teléfono al otro. Períodos enteros de nuestra historia nacional en que dialogar era sinónimo de claudicar e intercambiar ideas se tenía como un acto cercano a reconocerse derrotado. Afortunadamente, cada día en el discurso de los diferentes grupos de la sociedad civil, en ensayos académicos, en los editoriales de numerosas revistas y hasta en la declaraciones del gobierno, se habla más y más de la necesidad del debate. Estamos rodeados de frases como “aceptar las diferencias”, “intercambiar opiniones”, “participar todos en el futuro nacional” y de afirmaciones al estilo de “sólo del diálogo nacerán las soluciones”. Se podría decir que vivimos tiempos en que mostrar un buen talante para discutir se ha vuelto “políticamente correcto” en Cuba. Pero no bastan sólo las palabras, las intenciones de polemizar tienen que materializarse y no quedarse en expresiones que se lleva el viento.
En paralelo a la tendencia de confrontar los variados ángulos desde los que se ven nuestros acuciantes problemas, hay también una corriente que alimenta el rechazo al otro. Así algunos académicos se inventan que ciertos ciudadanos no tienen suficiente nivel educativo para intercambiar con ellos; los funcionarios partidistas aluden a la eterna amenaza extranjera para descalificar a los incómodos; ante los criterios discordantes, numerosas voces afirman que no se está siendo “propositivo” ni “se está pensando en la nación”; los invitados a un evento alternativo insinúan que participar en éste sería una trampa para comprometerlos políticamente. Entre los simpatizantes de la ideología oficial muchos le adjudican a los críticos malsanas intenciones “de derecha” y quienes tienen el micrófono en la televisión nacional no se lo brindan a otros bajo el argumento de que estos “quieren que bombardeen La Habana”. En fin, la historia de nunca acabar. El griterío entre sordos.
Es que no se dan cuenta que siempre podrán inventarse los motivos para cortar los puentes, cerrar de golpe las puertas y ponerle un tapaboca al que se exprese en desacuerdo. Siempre encontrarán razones para no incluir ciertos nombres en la lista de los que merecen entrar a un lugar o tener un espacio en determinada publicación. Siempre se podrá fabricar un resquicio moral o ético para descartar a alguien como legítimo oponente. Porque cuando no se desea dialogar es posible declarar lo contrario, pero tarde o temprano, la vida dejará al desnudo el verdadero temor a sentarse a conversar. Estamos en una etapa de la vida nacional en la que aparentemente ya no se estila taparse los oídos, más bien abunda decir que se escucha cuando en realidad se blinda el tímpano, se protege el cerebro contra esos perniciosos criterios diferentes…