Cachita
Mi abuela escondía tu imagen en el forro del ajustador, mientras mi madre cargaba todavía con la máscara del ateísmo. Las niñas de la casa aprendimos a venerarte sin saber tu nombre, arrobadas ante el dorado esplendor de tu capa. Antes de saber cómo te decían en una religión u en otra, te llamamos simplemente: Cachita.
Eres el único punto en que los cubanos nos ponemos de acuerdo. Logras convocar alrededor tuyo lo mismo a quienes te rezaron en privado por no ir a la Iglesia en los años del furor antirreligioso y a quienes como yo, no sabemos si al persignarse hay que tocar primero el hombro izquierdo o el derecho.
Hoy deberíamos estar como otros años, comprando girasoles y paseando tu imagen por las calles más céntricas de la ciudad, pero el huracán Ike ha ensombrecido tu día. Los alrededores de la bahía de Nipe, donde encontraron tu imagen hace 396 años, están bajo los vientos y las lluvias. Una plegaria intensa surge de los hogares de toda la Isla: “líbranos de todo mal y cubre con tu manto protector nuestra tierra asolada”.