Carretilleros
Cada cierto tiempo, aparece una nueva campaña en nuestros medios informativos, alguna ofensiva contra cierto fenómeno social u económico. Por estos días, la acometida va dirigida a los carretilleros, esos vendedores de frutas y vegetales que trasladan su mercancía en un triciclo u otro artilugio con ruedas. Los periodistas oficiales aducen que tales comerciantes funcionan bajo la ley “capitalista” de la oferta y la demanda, en lugar de poner precios más accesibles para los consumidores. Critican también el hecho de que ofrezcan sus productos por unidades y no por libras o kilogramos, lo cual les da margen para los importes inflados. Aunque se trata de un problema que nos daña a todos, no creo que sea con llamados a la conciencia del vendedor que vayamos a solucionarlo.
El carretillero es por demás quien mantiene abastecidos los barrios carentes de mercados agrícolas y especialmente en los horarios cuando estos están cerrados. En los precios de sus mercancías se incluyen también –aunque la TV oficial no lo reconozca- el tiempo que se ahorra el cliente que ya no necesitará trasladarse o hacer las largas colas de un “agro estatal”. Para la mayoría de las mujeres trabajadoras, que llegan a casa después de las cinco a inventar un plato de comida, el pregón de “¡Aguacate y cebolla!” gritado en su puerta es una salvación. Resulta cierto que el costo de ninguno de estos productos guarda relación con los salarios, pero tampoco se pudren en esas tarimas rodantes por falta de compradores. El hecho de que alguien deba trabajar dos días para comprar una calabaza no es expresión de la desmesura del vendedor, sino de lo paupérrimo de los sueldos.
Sorprende, por ejemplo, que los preocupados reporteros del noticiero estelar no la emprendan contra los excesos de las tiendas en pesos convertibles, donde para adquirir un litro de aceite alguien debe gastar todo lo ganado en una semana de trabajo. La diferencia entre los carretilleros y esas tiendas recaudadoras de divisas es que los primeros son cuentapropistas mientras las segundas son propiedad del Estado. Así que nunca veremos un reportaje denunciando el elevadísimo por ciento que se le suma a los costos de importación o producción de un alimento para ofertarlo en las llamadas shoppings. Porque es mejor buscar un chivo expiatorio y explicar con su existencia la carestía y la grisura culinaria en la que estamos sumidos. Por el momento, la culpa la llevan los carretilleros. Así que corra usted hacia el balcón –ahora mismo- y véalos pasar por su calle, porque muy pronto puede ser que ya no estén.