Cuidado con la espontaneidad

Yoani Sánchez

13 de mayo 2009 - 19:48

A una escuela del Cerro,  llegaron varios visitantes extranjeros para hacer unas donaciones de libretas y lápices. Dos días antes, la maestra sentó a los niños más aplicados en la primera fila y les pidió –a los padres- plantas ornamentales. La directora aclaró en el matutino que mientras los distinguidos huéspedes estuvieran junto a ellos, no se podía correr en el receso ni permitirían la venta de caramelos cerca de la entrada principal.

Aquel miércoles en que la delegación arribó a la instalación educativa, dieron pollo en el almuerzo y los televisores de las aulas no mostraron la acostumbrada novela mexicana, sino las tele-clases. La maestra de quinto grado evitó ponerse la lycra roja que tanto le gusta y se encasquetó una calurosa chaqueta de ir a bodas y funerales. Hasta la joven auxiliar pedagógica estaba diferente, pues no exigió que los niños le dieran –como cada día- un fragmento de la merienda que traían desde sus casas.

La visita parecía marchar bien: el material escolar ya había sido entregado y los modernos autos parqueados afuera se llevarían pronto al sonriente grupo de forasteros. Pero ocurrió algo inesperado: uno de los convidados rompió el protocolo previsto y se dirigió al baño. Las costuras de la apresurada “cirugía estética” que le habían aplicado al centro escolar eran evidentes en aquel insalubre espacio de unos pocos metros cuadrados. Los meses que llevaban sin auxiliar de limpieza, las pilas clausuradas y la ausencia de puertas entre un servicio y otro podían echar abajo la farsa de normalidad que tanto ensayaron.

El espontáneo huésped salió del baño con la cara enrojecida y se dirigió sin hablar hacia la salida. Después de mirar tras la tramoya, comprendió que en lugar de papel o lápices de colores, la próxima vez regalaría desinfectantes, frazadas de piso y pagaría los servicios de un plomero.

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