Decir que “no”
Un presentador de la televisión le ha dado nombre a un divertido adorno, en forma de perro, que se coloca en el interior de los autos. Asentir todo el tiempo le valió a ese conductor que lo compararan con los peluches que mueven la cabeza con cada salto de la carrocería, mientras simulan decir que “sí”. El referido señor siempre ratifica lo que dicen sus jefes, de ahí que el cuello se le vuelve un muelle cuando dirige uno de los programas con menos audiencia de la televisión cubana.
Una amiga mexicana me regaló está jicotea que dice “no”, la cual me hace recordar las negativas que los ciudadanos nunca hemos podido expresar en público. Al ritmo de este simpático quelonio, me gustaría subrayar todo aquello que desapruebo pero que no me permiten decidir con una boleta. Mover la cabeza hacia los lados cuando no se está de acuerdo implica una cuota mayor de valor que afirmar o consentir todo el tiempo. El deporte de decir que “sí” le ha costado demasiadas pérdidas a mi generación, que carga con las consecuencias de los asentimientos y compromisos que hicieron nuestros padres.
Podríamos empezar por decir que “no” al centralismo, la burocracia, el culto a la personalidad, las prohibiciones absurdas y la gerontocracia. Como un ventilador que gira de derecha a izquierda, así me movería si alguien me consulta sobre la gestión del actual gobierno. “No” es la primera palabra que brota cuando me preguntan si la Cuba de hoy se parece a lo que me prometieron siendo niña. Mi desaprobación no la trasmitirán en la tele, ni me valdrá las palmaditas complacientes de algún jefe, pero al menos no es automática como el “sí” del perrito plástico que asoma detrás del parabrisas.