DHL o cómo se apoya a la censura
Hace un par de años fui a la oficina de DHL en Miramar para enviar unos videos familiares a unos amigos en España. La empleada me miró como si pretendiera trasladar a otra galaxia una molécula de oxígeno. Sin siquiera tocar el casete MiniDV, me dijo que la filial habanera sólo aceptaba transportar modelos VHS. Pensé que se trataba de una cuestión de tamaño, pero la explicación de ella fue más sorprendente: “Es que nuestras máquinas para visualizar el contenido sólo leen casetes grandes”. Ante mi insistencia, la mujer sospechó que en lugar del rostro sonriente de mi hijo, yo quería remitir “propaganda enemiga” al extranjero.
Regresé frustrada a casa –adonde nunca me llega correo regular– y pasado un tiempo estuve otra vez necesitada de los servicios de esta empresa alemana. Ante la imposibilidad de viajar a Chile para presentar mi libro Cuba Libre, la editorial me remitió, hace pocos días, diez ejemplares en un sobre con la palabra “express”. Ni las numerosas llamadas telefónicas a la oficina de la calle 26 esquina 1ra, ni mi presencia allí, han logrado que me entreguen lo que es mío. “Su paquete ha sido confiscado” me han dicho hoy en la mañana, aunque en realidad debieran haber sido más honestos y confesarme “Su paquete ha sido robado”. Aunque se trata de los mismos textos que, sin echar mano de la violencia verbal, he ido publicando en la Web desde hace tres años, los censores de la aduana lo han tramitado como si fuera un manual para fabricar cocteles Molotov.
Ahora que los titulares de todo el mundo cuentan el fin del contubernio entre Google y la censura china, las empresas extranjeras radicadas en Cuba siguen obedeciendo los filtros ideológicos impuestos desde el gobierno. Con sus aires de eficiencia, su tradición de inmediatez y sus frases al estilo de “Keep an eye on your package”, DHL ha aceptado una tabula política para medir a sus clientes. No hacerlo le valdría la expulsión del país y la consiguiente pérdida económica, de ahí que pasen por alto la inviolabilidad del correo y miren hacia otro lado cuando alguien demanda que le devuelvan lo que le pertenece. Los colores rojo y amarillo de su identidad corporativa nunca me habían parecido tan estridentes. Al mirarlos hoy siento que en lugar de celeridad y eficacia nos están advirtiendo: “¡Cuidado! Ni siquiera entre nosotros tu correspondencia está segura”.