De equinoccios y nietos

Yoani Sánchez

19 de marzo 2009 - 07:46

 

Se llevaron a Adolfo una mañana hace seis años, después de registrar su casa como si de un peligroso terrorista se tratara. No había armas, ni sustancias químicas en su pobre vivienda de Centro Habana, pero sus papeles guardaban constancia de muchas opiniones, escritas sin permiso. Lo enjuiciaron con la misma premura que –en eso mismos días– fusilaron a tres jóvenes por secuestrar una lancha para emigrar a La Florida. Estaba cerca el equinoccio, pero a todos nos pareció que tanta oscuridad sólo podía ser llamada de una manera: Primavera Negra de 2003. Ni siquiera la guerra en Iraq logró que la noticia se quedara reducida a los amigos y familiares de los setenta y cinco detenidos. El viejo truco de aprovechar que todos miraban hacia otro lado no funcionó, de tantas veces repetido y conseguido.

Desde su cárcel en Ciego de Ávila, llamó esta semana para anunciarnos que su hija Joana va a tener un bebé. Probablemente él no pueda ver los primeros dientes que le salgan a ese niño, por la testarudez de aquellos que lo condenaron a quince años. Su libertad se ha convertido en una carta de canje, guardada para una jugada política que nadie sabe cómo o cuándo se hará. Sólo un hombre, agonizante y por ende porfiado, parece tener la capacidad de decidir su salida de prisión. Para ese anciano que se apaga, el futuro de Adolfo –liberado y habitando una Cuba plural– debe doler más que las agujas de los sueros y de las inyecciones. A pesar del enorme poder que tiene este octogenario convaleciente, no podrá impedir que el nieto del humilde profesor de inglés lo vea sólo como un nombre más en los libros de historia, como el caprichoso caudillo que metió a su abuelo tras las rejas.

Marzo no ha vuelto a ser el mes en que los días duran lo mismo que las noches, porque un persistente eclipse de libertades se ha instalado sobre nosotros. Yo miro y miro, pero me sigue pareciendo que estamos en medio del solsticio y la penumbra. Allá adelante, logro ver a mis hijos y a los de Joana bajo una persistente luz, llamándonos.

 

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