Algo para evadirse
Soporta la doble jornada, una como secretaria y la otra como madre y ama de casa, gracias a unas pastillas de diazepán que esconde en su cartera. Ningún médico se la ha recetado, pero ella misma encontró el camino hacia la paz probando varios fármacos. Sólo bajo el efecto producido por una dosis -cada vez más alta- de la pequeña píldora, sobrelleva las reuniones del Partido, las colas para la comida y las exigencias alimentarias de su familia.
Comenzó por comprárselas a un vecino que sacaba varios productos de un almacén farmacéutico. Experimentó con el clorodiazepóxido y la amitriptilina, que le permitían dormir en la noche y sonreír cuando el ómnibus llegaba con media hora de retraso. En una embestida contra el mercado ilegal de medicamentos, el suministrador fue a la cárcel y ella se quedó sin los necesarios sedantes. Poco tiempo después, apareció un nuevo abastecedor, esta vez con precios más altos.
Nadie en la familia quiere darse cuenta que la madre anda por las nubes, con una extraña cara de complacencia incluso ante las escaseces y los problemas. Su evasión es más callada que el revuelo del esposo alcoholizado cuando regresa –casi cayéndose- a la casa cada noche. Ambos han escogido escapar, cada uno con lo que tiene a mano: él, con alcohol de hospital destilado por manos diestras y ella, con una píldora que la hace olvidar su propia vida.
Los hijos tampoco apuestan por esta realidad. Prefieren acariciar el sueño de evadirse, aunque de una manera más real, más definitiva. Bajo la cama guardan un motor a medio armar y este agosto lo harán ronronear en el estrecho de La Florida. La madre no llegará a preocuparse. Una dosis doble de diazepán evitará que se torture pensando en los tiburones, la insolación y la larga separación que les espera.