Footing de clase
Amanece en la 5ta Avenida. Los autos circulan veloces y en las matrículas diplomáticas resaltan letras blancas sobre fondo negro. Los árboles del paseo central muestran sus hojas podadas y la antigua embajada soviética parece una Excalibur clavada -sin piedad arquitectónica- en el pecho de La Habana. Todavía no hay calor, pero algunos ya sudan mientras corren por el paseo central. Llevan tenis Adidas, botellas de agua y audífonos blancos. A cielo abierto -pero con su toque de exclusividad- discurre la mayor área deportiva de la ciudad, que comienza justo a la salida del túnel del río Almendares. Pista de carrera para una clase social que ya acumula libras, pero aún prefiere trotar a la intemperie y no sobre la estera rodante de un gimnasio.
Lugar de encuentro y de saludo es la también llamada Avenida de Las Américas, con su fuente de sirenas en un extremo y sus mansiones de lujo a ambos lados. En aquella esquina se acaban de encontrar el coronel retirado y el nuevo gerente de una corporación, para hablar del clima, los hijos… lo hermosa que está la mañana. Aquí va la hija de un funcionario, junto a la amiga de la infancia con la que ha compartido juegos y parrilladas. Asimismo, acaban de cruzar la calle -con cuidado- el poeta de barba blanca y su perro de raza. Y la actriz que ha vuelto de gira por Europa se une a la procesión madrugadora de los que queman calorías. Para cuando lleguen las diez de la mañana y el sol quiera obsequiarles una sauna gratis, ya no quedará ninguno de ellos.
Comparada con el resto de Cuba, la 5ta Avenida se erige como una rareza. Y no porque la belleza urbanística resulte -para nada- escasa en esta Isla, pues hasta los palacetes destruidos de Centro Habana guardan algo de su antigua hermosura. Lo raro, en este caso, no son los árboles perfectamente cortados, los bancos de granito intactos o las mansiones con verjas y jardín, sino la propia gente. Lo más anómalo que salta a la vista es el comportamiento de los transeúntes que hacen footing o sacan a pasear a su mascotas. Hay un toque de comodidad en ellos, de esmero por cuidar sus cuerpos y su indumentaria, de sosiego derivado de sus escasos avatares cotidianos. Son como esa caricatura de la burguesía que el discurso oficial intentó hacernos odiar desde pequeños. Sin embargo, allí están, con su trote relajado, su ropa deportiva y esos kilogramos de más que los privilegios, el desvío de recursos o el poder les han dado a espaldas nuestras, sobre nuestras espaldas.