Franquear una zona
Los conozco desde siempre, desde que me aventuré más allá de mi barrio de sucias fachadas hacia una Habana que no paraba de sorprenderme. Se puede decir que se parecen a casi todos mis amigos: peludos, alternativos y risueños. Son similares a esos jóvenes que abarrotaban nuestra sala hace unos años, para tocar guitarra y pasar el apagón entre canciones y poemas. Los muchachos de Omni Zona Franca lo mismo usan una cazuela como sombrero, una saya sobre sus piernas de varones o un largo cayado hecho con la rama de un árbol. Rebeldes en todo, rompen con la poesía edulcorada y apologética, con las normas del buen vestir y hasta con el arte institucionalizado y por tanto prudente.
El escenario de sus performances es precisamente esa barriada de Alamar, diseñada para que en ella habitara el hombre nuevo. Hoy disfuncional conglomerado de edificios –todos idénticos– donde nadie quisiera vivir y los que allí residen rara vez logran mudarse a otra zona. Tirados sobre la hierba sin mucha lógica urbanística, estos bloques de concreto han sido inspiración para varias acciones artísticas de Omni. Recuerdo cuando los vecinos de la zona llamaron a la policía al ver brazos y cabezas salir entre las lomas de la basura que ningún camión recogía hacía semanas. Fue la manera que encontraron estos jóvenes para decirles a sus conciudadanos: nos estamos ahogando en los desechos, apenas si logramos respirar en medio de tanto residuo.
Cada diciembre, Omni organiza el Festival de Poesía sin fin y la actual edición ha estado marcada por el cierre de su local en la casa de cultura de Alamar. Entre patrullas de policías y la voz de un airado viceministro de cultura, a estos crónicos irreverentes les fue quitado un espacio que tenían desde hace doce años. Pudieron llevarse consigo los afiches, las cerámicas, un par de viejas máquinas de escribir y una laptop en la que editan videos y escriben para su página web. El programa de actividades se trasladó a las salas de sus casas y al garaje de un amigo, todo con tal de no suspender la larga “fiesta de luz”. Hoy estarán cargando una enorme ofrenda por la salud de la poesía hacia el santuario de San Lázaro en el poblado del Rincón. Levantarán sobre sus brazos la enorme figura hecha con ramas y pedirán por un verso, una rima asonante o el estribillo de una canción de hip hop.
Quienes les quitaron el viernes pasado su sede y los intentaron castigar con el nomadismo, no comprenden que el arte de ellos brota del asfalto, del loco que pide limosnas en una esquina y de esa ciudad lisiada pero intensa que es hoy Alamar.