Funerales
De un tiempo a esta parte se respira un aroma funerario. En el noticiero de la televisión ya se ha hecho un hábito, casi mensual, las imágenes de ceremonias fúnebres: toque de corneta llamando al silencio, veintiuna salvas, el paso marcial de los soldados, lágrimas y palabras de despedida. Se inauguran nuevos mausoleos y se restauran los ya existentes. A esto se le suma una febril manía por conmemorar aniversarios de cualquier hecho y ensalzar efemérides de obligatoria celebración. La senil preocupación por la conservación de la memoria ha desplazado a la juvenil inquietud creativa.
La población cubana ha envejecido, en parte por la baja natalidad, la constante emigración de los más jóvenes y la elevación de la esperanza de vida. Pero las canas se acentúan entre quienes llevan los timones del país. Quizás por eso -cada día- sean más los analistas que se inclinan a usar la palabra gerontocracia para precisar nuestra forma de gobierno. La definición pudiera parecer inexacta si se tiene en consideración el promedio de edad de los diputados a la Asamblea Nacional, pero en sentido contrario se observa que hace más de doce años no se renueva el Comité Central del Partido Comunista. Hay un buen número de ministros que todavía no rebasan los sesenta años, aunque la mayor cuota de poder está concentrada en manos de septuagenarios y octogenarios.
En lugar de acelerar la marcha hacia adelante, estos veteranos se regodean en mirar el tramo recorrido y exigir agradecimiento por lo logrado. Mientras se preparan para lo que será sin dudas el funeral más espectacular de la historia de Cuba, o lo que algunos llaman “la solución biológica”, la saga luctuosa que inunda la programación televisiva tiene visos de ensayo general. El ruido de los cañonazos ceremoniales no permite que se escuchen los golpes con los que la nueva generación está llamando a la puerta, por la que entrará como una tromba a desmontarlo todo. Arrasando -de paso- con este olor a flores secas que sentimos por todos lados.