La impunidad de los locos
Un loco grande le da patadas a los carros en medio de la calle Ayestarán. Lleva una ropa deshecha y en los brazos se le ven cicatrices de la “respuesta” recibida de algunos vehículos. Otro orate camina por Centro Habana ofendiendo al presidente y a su hermano, mientras una mujer chiflada escupe su inconformidad frente a tres policías impávidos.
Dan ganas de gozar de la misma impunidad que los locos. Deseos de pararse en una esquina y clamar “el rey está en biquini” -como lo haría un chiquillo-. Pero la adultez y la cordura llevan aparejadas el castigo.
Habrá que comportarse entonces como un demente o como un niño.