Lindoro Incapaz

Yoani Sánchez

14 de septiembre 2008 - 06:54

Un personaje de cuello gordo y portafolio en mano aparece cada miércoles en el programa humorístico “Deja que yo te cuente”. El mismo espacio donde el profesor Mente Pollo –ya descrito en este Blog- suelta sus perogrulladas de sabio diletante. Lindoro Incapaz es el director de una empresa ineficaz y tiene un auto, con matrícula estatal, que jamás usa en beneficio de los trabajadores. Impecablemente vestido se acerca a sus subordinados y les advierte con ironía: “A mí me complace complacer”. Sus kilos de más y su elegante traje azul oscuro contrastan con el aspecto desaliñado y la improductividad de todo el taller “Bartolete Pérez".

Este prototipo de jefe ostenta una frase que ha logrado insertarse en el vocabulario popular. Justamente, el epíteto con el que se refiere al ineficiente, apático y mal pagado grupo de reparadores de electrodomésticos que él dirige. Con su sonrisa Colgate llega y les pregunta “¿Cómo está este aguerrido colectivo?” a la par que anuncia alguna tarea impostergable o un nuevo absurdo burocrático. Lindoro Incapaz no es la caricatura de un dirigente, sino la suma de muchos de ellos, el retrato con tonos humorísticos de los que tienen algo de poder.

Por estos días he evocado frecuentemente al regordete director de empresa y su lenguaje triunfalista. En medio de una gripe, provocada por la lluvia que entró por todas las ventanas de mi casa, escuchaba en mi pequeño radio de dinamo a muchos Lindoros Incapaces. Hablaban precisamente de un “aguerrido colectivo”, donde yo sólo veo caras desesperadas. Llamaban a la calma y a la resistencia, desde sus cuellos gordos, desde sus autos secos. Algunos –los de más poder- sin personarse si quiera en los lugares del desastre y a través de una línea telefónica, intentaban hacer promesas tan huecas y vacías como las del personaje satírico.

Nuestros Lindoros Incapaces no quieren reconocer que la situación de emergencia creada por Gustav e Ike no es sólo culpa de los fuertes vientos y las lluvias, sino también del desastre productivo y habitacional que arrastraba esta Isla desde antes. Hoy en la mañana, después de dos horas de cola, pude comprar cuatro libras de boniato y un pedazo de fruta bomba, sin ver en la fila a ningún espécimen de dirigente. Para la carne de cerdo, hay que sacar turnos en la madrugada. En las tiendas en pesos convertibles las neveras vacías apestan por los pollos y las carnes que se echaron a perder. El tema alimentario toca fondo y aunque mi casa soportó los vientos y en mi zona no hay grandes estragos, la gente sólo sabe preguntar por comida. La subida del precio del combustible ya provocó que los taxistas privados duplicaran sus precios, por el tramo que antes costaba diez pesos ahora debemos pagar veinte. Pero la tele no ve ese lado de la crisis, sino a un pueblo enérgico y “aguerrido”, que hace votos de confianza y esperanza ante las cámaras.

¿Qué harán los Lindoros Incapaces cuando las consignas, gritadas hoy frente a los periodistas, se vuelvan frases de descontento y protesta? ¿Se esconderán entonces –con una reserva de comida- en el interior de sus portafolios?

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