Mayoría de edad

Yoani Sánchez

20 de julio 2011 - 21:53

Entrar al cine a ver películas para adultos, comprar una cerveza en algún bar o ser contratado como empleado son algunas evidencias de que se ha arribado a la mayoría de edad. Cuando se tiene catorce o quince años, cada día que pasa nos acerca a ese momento de la adultez legal que tanto ansiamos. Nos aproxima a una marca de tiempo de la cual nos pavoneamos frente a los amigos, mientras les recordamos a los padres que ya no somos tan pequeños, que ya no pueden tratarnos como niños. Pero son sensaciones bien distintas las de llegar uno mismo a los dieciséis y esa otra que nos embarga cuando nuestros hijos alcanzan la edad de la responsabilidad jurídica. Es justo ahí cuando nos damos cuenta de lo poco maduros que están física y mentalmente para cargar con tanto compromiso.

Hago esta reflexión porque mi hijo cumplirá la mayoría de edad el próximo agosto. Estará entonces listo –según la legalidad– para adquirir bebidas alcohólicas, ser reclutado por el servicio militar o ir a prisión. A partir de ese momento, ningún daño que él reciba será tratado por el código penal como hecho contra un menor de edad. Podría incluso ir a morir y a matar en algún conflicto bélico, opción nada descabellada en la Cuba actual. Todos los adolescentes que nacieron en el difícil 1995 traspasarán en este 2011 la barrera entre la infancia y la adultez. Y digo, sin excesos maternales, que son demasiado jóvenes, demasiado frágiles para encarar la carga de ser considerados mayores por una legalidad que no se corresponde con las normas internacionales.

Hace varias semanas, las Naciones Unidas pidieron a las autoridades cubanas que aumentaran la mayoría de edad a 18 años. Pero hay pocas esperanzas de que tal reclamo se lleve a vías de hecho. De lograrse, todas esas mujeres entre 16 y 17 años que están vendiendo su cuerpo a turistas pasarían a ser menores atrapadas en la prostitución infantil. Aplazar el fin de la niñez también le quitaría al gobierno un número alto de votantes –más fáciles de manipular- en los preparados comicios locales. Y, claro está, prolongaría temporalmente la ascendencia de los padres sobre los hijos, en detrimento de la del Estado sobre esos jóvenes ciudadanos.

Ahora que ya he cumplido más del doble de la edad necesaria para cambiar la tarjeta de menor por un carnet de identidad, me doy cuenta que me robaron un par de años; que una incorrecta legislación puso sobre mis hombros una responsabilidad que no tenía el discernimiento para asumir. En ese entonces, lo disfruté como si fuera una carta de libertad, pero hoy lo veo como la pérdida de una protección legal que me correspondía.

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