Medallistas de rojo
Existe entre nosotros un deporte que se practica frecuentemente, pero cuyas estadísticas e incidencias no se mencionan por ninguna parte. Se trata de la disciplina deportiva de entregar el carnet del Partido Comunista, para la que muchos de mis compatriotas se han estado preparando durante años. Lo más importante es entrenar los sentidos para encontrar el momento adecuado de pararse en la asamblea y decir “Compañeros, por motivos de salud no puedo seguir asumiendo la tarea que ustedes me han asignado”. Hay quienes invocan a una madre enferma - que tendrán que cuidar- y otros anuncian su intención de jubilarse para ocuparse de los nietos. Pocos de los testimonios de quienes han terminado con su militancia, incluye la confesión honesta de haber dejado de creer en los preceptos y principios que impone el Partido.
Conozco a uno que encontró una novedosa forma para salirse de las reuniones, las votaciones unánimes, los llamados a la intransigencia y las frecuentes movilizaciones del PCC. Como un boxeador, ejercitado para soportar hasta que sonara la campana, se fue al que sería su último encuentro con el núcleo partidista del centro laboral. Sorprendió a todos por la novedad de su argumento, verdadero swing de izquierda que nadie esperaba. “Cada día compro en mercado negro para alimentar a mi familia y eso no debe hacerlo un miembro del Partido Comunista. Como debo escoger entre poner algo en el plato de los míos o acatar la disciplina de esta organización, prefiero renunciar”. Todos en la mesa se miraron con incredulidad, “Pero Ricardo, de qué estás hablando. Aquí la mayoría compra en mercado negro”. El “golpe” que venía ensayando, dio por terminado el breve round: “Ah… entonces me voy porque no quiero pertenecer a un partido de simuladores, que dicen una cosa y hacen otra”.
El librito rojo, con su nombre y su apellido, se quedó sobre la mesa en la que nunca más volvió a sentarse. La medalla de campeón se la puso su propia mujer cuando llegó a casa. “Al fin te libraste del Partido” le dijo ella, mientras le estampaba un beso y le alcanzaba la toalla.