Modelos de Caravaggio

Yoani Sánchez

28 de septiembre 2011 - 00:51

Narciso contempla fijamente el agua donde se refleja su propia imagen, pero por momentos también percibe en ella los destellos de una ciudad con columnas derruidas y fragmentados vitrales de colores. Desde el pasado 23 de septiembre, el óleo de un joven asomado a un lago, atribuido a Michelangelo Merisi da Caravagio, se expone en la Sala Universal del Museo de Bellas Artes de La Habana. El rey del claroscuro, cuyo pincel se regodeaba en las sombras, ha llegado hasta a esta urbe en la que tanto abundan el sol y la penumbra. Vino transportado y custodiado por la empresa de aviación Blue Panorama y junto a otras doce obras conforma una exposición cuyos curadores son Rossella Vodret y Giorgio Leone. Un fragmento del barroco italiano junto a nosotros, un trozo de esa época donde un artista pendenciero y conspicuo cambió para siempre el concepto de la luz en la pintura.

Pasado el marasmo de agosto, esta muestra de arte nos devuelve la sensación de ser parte del mundo. Los estudiantes universitarios miran al Narciso con ojos ávidos, los curadores del museo sienten que están ante una oportunidad única en sus vidas y los nocturnos merodeadores de la Habana Vieja se preguntan por qué tanto revuelo sólo por una “tela pintada”. Si el inquieto milanés –muerto con sólo 39 años– se sacudiera el polvo de los siglos y recorriera nuestras calles, encontraría aquí a sus modelos de antaño, a los mismos prototipos que le sirvieron para pintar vírgenes y santos: las prostitutas, los mendigos, los excluidos… y también a los jóvenes sustraídos por su propia belleza. Caravaggio hallaría en esta ciudad a muchos cubanos ensimismados y distraídos, tratando de no dirigir la vista más allá del estrecho círculo que los rodea. Cientos de miles de Narcisos, refugiados en lo único que ahora les parece seguro: su juventud, su cuerpo, su belleza.

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