Nuevo tipo de ahorro
Una tienda de la calle Neptuno cerró ayer para no encender el aire acondicionado, después de sobrepasar el estricto plan de kilowatts consumidos. En un hotel cinco estrellas, a los turistas se les explica sobre una reparación en los equipos de climatización, aunque en realidad los apagan para que el reloj eléctrico no marque tan de prisa. Lo empleados de ambos lugares respiran el aire viciado por el calor y pocos clientes se aventuran a comprar en el gran mercado o a quedarse en el lobby del lujoso alojamiento.
Los abanicos brotan por todas partes, en un plan de ahorro que le está costando al país una cifra que la prensa no publica. Las amas de casas evitan sumergirse en la pegajosa atmósfera de las tiendas en pesos convertibles; quienes querían hacer un depósito bancario escapan después de media hora en el interior de la sucursal sin ventanas; las cafeterías ven disminuir sus ventas; los cambistas privados tienen su agosto porque las CADECAS cierran a media jornada y en los cines uno no sabe si gritar por el monstruo que quiere devorar al protagonista o por el insoportable calor. A cada gota de petróleo economizada le corresponde una incalculable pérdida en la recaudación de divisas, sin mencionar la reducción de la comodidad para los clientes, la cual no parece ser tenida en cuenta en este “novedoso” plan de ahorro.
Evidentemente, las medidas tomadas se originaron en alguna oficina climatizada por “allá arriba”; se les ocurrieron a esos que -a las tres de la tarde- no tienen que esperar un documento en un lugar donde se aglomeran y sudan más de veinte personas. Me gustaría lanzarles a los artífices de este programa una propuesta para extender los recortes a ciertos sitios intocables, donde aún el termómetro marca menos de 25 grados. Sería bueno, por ejemplo, pedirles a los miembros de la Asamblea Nacional -que se reunirán el 1° de agosto- que se muevan hacia su sede en el transporte público, para no gastar el combustible de sus asignados ómnibus. Deberían, acorde con las restricciones eléctricas que vivimos todos, deliberar a la luz de las velas, tomarse un refresco caliente en la merienda y reducir su sesión a sólo un par de horas, para evitar los gastos en el uso de micrófonos y transmisión televisiva. La acción de aprobar por unanimidad y aplaudir con frenesí –como siempre hacen- no necesita mucho tiempo de reunión ni el disfrute de un relajante aire acondicionado.