El pecado original
Agosto y septiembre han sido una prueba dura para las tan esperadas reformas económicas, que parecen haber naufragado antes de siquiera levar anclas. “Tienes que tener confianza en la gestión de Raúl Castro” me exhorta una amiga al ver mi persistente recelo. “Pronto se van a implementar nuevas medidas” me aseguró, la misma señora, hace casi tres meses. Ella pertenece al grupo de los que esperan que los gobernantes puedan solucionar nuestros actuales problemas –una buena parte de los cuales los han creado ellos mismos con sus prohibiciones absurdas–. Yo, soy del piquete de los escépticos.
La duda me viene de algo que es “el pecado original” del gobierno de Raúl: que no ha sido electo por el pueblo, sino que es fruto de una sucesión sanguínea y dinástica. No fue escogido teniendo –al menos– un contrincante y, para mí, un nombramiento sin alternativa no es una elección.
El actual Presidente no propuso un programa, no se comprometió ante sus electores y eso hace que no tenga que rendirnos cuenta. Las tan necesarias medidas pueden tardar un año o un quinquenio porque no le va en ello su puesto. Alcanzó, sin competidores, la tentadora manzana del poder. Ahora puede comérsela sin prisa, pues nuestros votos no han sido el camino que lo ha llevado a conseguirla.