"¡Pónganle un nombre de verdad a ese niño!"
La Habana/Siempre supe que te ibas a llamar Teo. Es una larga historia de infancia, literatura, amigo imaginario y confianza en creer que estabas a la vuelta de la esquina, solo faltaba que nos encontráramos. El 11 de agosto de 1995 finalmente te tuve entre mis brazos y te olí largamente (soy de esas personas que ensancha la nariz cuando alguien se acerca por primera vez).
Sí, ese pequeño ser entre mis brazos olía a Teo. Tal y como siempre soñé (una mezcla entre Bruce Lee y Diógenes... no me pregunten la razón por la que te defino así, todo el que te conoce sabe la respuesta). Cuando te presentamos a la familia más cercana, no faltaron respuestas al estilo de "¡Pónganle un nombre de verdad a ese niño!", pero de qué otra forma íbamos a llamarte...
Peculiar y agudo, hablas poco pero puedes destruir o elevar con una frase. Cuando tuviste que repetir por primera vez en la escuela la consigna de "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che", te negaste. Alegaste entonces que Guevara estaba muerto y tú no querías estarlo. El primer insulto que aprendiste fue "inmundo" y así tuvimos que escucharte por varios años hasta que usaste otros más vulgares.
A los cinco años recitabas aquello de Heberto Padilla "di la verdad, di al menos tu verdad"
En un viaje a la ciudad natal de tu padre, Camagüey (la cuna de la buena pronunciación de la lengua en esta Isla, según claman sus propios residentes), te preguntaron si venías de la Península allende los mares porque pronunciabas "todas las letras de todas las palabras"... A los cinco años recitabas aquello de Heberto Padilla "di la verdad, di al menos tu verdad". A los siete aprendiste alemán, conociste la nieve y te hiciste universal, una condición que tienes hasta el día de hoy.
Teo, has calado profundamente en muchas personas. En cuatro palabras has definido lo que a tu padre y a mi (lenguaraces consumados) nos hubiera costado media hora de explicación. Lanzas una frase como una radiografía que traspasa el cuerpo, una oración de dardos que atraviesan la mente. Hay gente que le teme a tanta sinceridad y se aparta, gente que no te soporta. Es que, hijo mío, eres un hombre libre. Libre de adentro hacia fuera, que es la mejor manera de serlo.
En noviembre de 2009 tuviste que enfrentarte a la realidad de tener a tus dos padres arrestados, solo tenías 14 años entonces pero te comportaste como un adulto milenario: hiciste llamadas telefónicas, denunciaste, hablaste por la radio y esperaste. El reencuentro fue como el del abuelo que recibe con amor y caricias a sus dos nietos descarriados... todo el que te conoce sabe que no miento. Eres así.
Lanzas una frase como una radiografía que traspasa el cuerpo, una oración de dardos que atraviesan la mente
Desde entonces, te ha tocado vivir de todo y los has hecho de esa manera estoica que no busca ni aplausos ni conmiseración. Lo has hecho porque lo has hecho, fungiendo como padre de tus padres, algo que no debería ser... nunca debería ser, pero lo has asumido sin quejarte. No he conocido a nadie tan maduro, ecuánime y seguro como tú en estas más de cuatro décadas que he vivido.
Teo, te tocó madurar tan rápido. Cuidarte de los informantes, de los falsos amigos que solo querían usarte de puente hacia nosotros, de los delatores de toda la vida, de los colegas de la escuela que querían ganarse puntos haciéndole "la vida un yogur" al hijo de los disidentes y, sin embargo, como el verso de Antonio Machado, terminaste brotando de "manantial sereno"... lo que es "en el buen sentido de la palabra bueno".
La moda, los alardes materiales, las marcas famosas, las sacudidas del momento... solo logran en ti una respuesta muy parecida a esa que se lee al final de la novela "Juego de abalorios" de Herman Hesse cuando uno de los protagonistas le dice al otro que trata de interpelarlo y provocarlo: "Te cansas, Josef".
Te reitero: ya estabas aquí, lo estuviste siempre y nosotros solo hemos sido el modesto vehículo para que sigas viviendo
Se desgasta el que quiera sacarte de tus casillas y molestarte, eres de una arcilla dura, imperecedera y hermosa. Eres de una generación que va a vivir y hacer que llegue cuanto antes la Cuba del futuro. No tienes deudas con el pasado, ni culpas.
¿Nos hemos merecido un hijo así? ¿Eran estas las circunstancias para lograr tener entre nosotros a este ser luminoso? Probablemente no, pero qué felices somos de haber sido parte de tu abrigo, de tu escalón para subir, de tu pértiga para saltar y de los leños dispuestos a quemarse en el fuego de tu existencia.
Teo, han pasado 26 años desde que te cargué por primera vez entre mis brazos y te olí con la fuerza de esta nariz (bastante grande por cierto... jejeje). Te reitero: ya estabas aquí, lo estuviste siempre y nosotros solo hemos sido el modesto vehículo para que sigas viviendo, para que tu fuerza continúe fluyendo y tu impronta sabia se imponga sobre tanta crispación y tanta necedad.
Por cierto, Teo, hueles a eternidad ¿Lo sabías?
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