¿Y mi diez porciento de cariño?
El lunes pasado, todas las cajas de cambio del país vivieron una jornada intensa. La más cercana a mi casa amaneció con una fila de cincuenta personas que increpaban al custodio. La noticia del restablecimiento de la paridad entre el peso convertible cubano y el dólar estadounidense había sido anunciada en los noticiarios mañaneros. Con mucha torpeza periodística, en lugar de explicar en un lenguaje llano en qué consistía la nueva tasa cambiaria, los locutores leyeron la resolución –con todos sus tecnicismos- que se publicó en la gaceta oficial. Cuando terminó la lectura, pocos sabían con certeza cuál era el valor actual de esos billeticos verdes que llegan desde el Norte. Por sí o por no, miles de personas se lanzaron hacia los bancos y CADECAS para canjear ese dinero con el rostro de Lincoln, Franklin o Washington.
La frustración marcó el día, pues hubo quienes tenían la ilusión de que también se acortaría la diferencia entre la moneda nacional –con la que se pagan los salarios- y esa otra conocida como “chavito”, imprescindible para adquirir la mayor parte de lo que necesitamos. Pero no, la medida consistió solamente en devaluar en un 8 % el peso convertible con relación al USD. La palabra “paridad” generó la mayor confusión, pues a los molestos clientes les fue difícil comprender que aún sigue vigente el gravamen del 10 % sobre el dólar que se cambia en efectivo. De esa manera, el gobierno quiere estimular el envío de dólares por los canales bancarios y seguir penalizando los que entran de forma personal, traída muchas veces por las llamadas “mulas”. Los ajustes bancarios son tan necesarios y urgentes, que la resolución adoptada viene a ser una gota en un océano de absurdos monetarios a reparar. La lentitud nos ahoga; la tibieza nos roe los bolsillos.
Así que en la cola de la CADECA de mi barrio, hace dos días, el malestar era evidente y entre los que esperaban se produjeron incluso fuertes altercados. El clímax ocurrió cuando una viejita recibió alrededor de 87 centavos por cada dólar cambiado. “Mi hijo trabaja mucho para mandarme este dinero y mira en lo que me lo convierten”, dijo. Un combativo militante que también esperaba para canjear la moneda del “enemigo” la amonestó diciendo que no se quejara tanto, pues al final ella era una privilegiada y tenía la suerte de recibir remesas desde el extranjero, “lo mínimo que podía hacer era “entregarle el 10 % a la Patria que tanto lo necesitaba”. La señora ripostó tan rápida y certeramente que todos hicieron silencio: “Sí, es cierto, recibo ayuda desde el exterior, pero cada día sufro la ausencia de mis dos hijos. ¿Me va a dar la Patria un 10 % más de cariño?” La fila se disolvió en un par de minutos.