¡No lo puedo creer!
Esa porción de filóloga que aún me queda –que conoce de literatos, filósofos y nombres académicos- está dando saltos de contenta por el Premio Ortega y Gasset de periodismo que me han otorgado. La blogger, por su parte, siente que tantos obstáculos para acceder a Internet, tanto memory flash llevado de aquí para allá, ha valido la pena.
Sólo atino a recordar que era abril –ya Eliot había reparado en la crueldad de la primavera- y decidí exorcizar mis demonios en un Blog. Comencé por expulsar al más paralizante, ese que nos hace apelar a la máscara, el disfraz y el silencio. El segundo en la fila de los desalojados, fue la apatía del que sabe que no puede hacerse mucho. A mediados de agosto, la legión formada por la frustración, el desencanto y las dudas ya drenaban con cada post.
Lo que parecía una terapia personal, para sacudirme todos esos achaques, se convirtió en un espacio para muchos que, curiosa coincidencia, también tenían sus propios demonios.
Lectores, yo sólo soy el rostro en la barra lateral de este sitio. Ustedes, polemistas, incendiarios, censores y boicoteadores, son, en fin de cuentas, los que hacen el Blog.