Los riesgos del periodismo
La Habana/Si hace un año me hubieran preguntado por los tres grandes retos que deberíamos enfrentar con el diario digital 14ymedio, habría señalado la represión, la poca conectividad a Internet y el temor de los profesionales del periodismo a trabajar en nuestro equipo. No imaginaba que otro obstáculo se convertiría en el principal quebradero de cabeza de esta pequeña redacción informativa: la falta de transparencia de las instituciones cubanas nos ha colocado muchas veces ante una puerta cerrada y aunque hemos tocado con fuerza, nadie ha abierto ni brindado respuestas.
En un país donde las entidades estatales se niegan a ofrecer al ciudadano ciertos datos que deberían ser públicos, la situación se vuelve mucho más complicada para el reportero. Lidiar con el secretismo viene a ser tan arduo como evadir a la policía política, escribir tuits a ciegas o acostumbrarse al oportunismo y al silencio de tantos colegas. La información se encuentra militarizada y custodiada en Cuba como si de tecnología de guerra se tratara, de ahí que quienes la busquen sean tenidos, cuando menos, por espías.
Pertenecer a un medio ilegalizado dificulta aún más el trabajo y le otorga un carácter de clandestinaje a lo que debería ser una profesión como cualquier otra. Ahora bien, si miramos “el vaso medio lleno”, la limitación de no poder acceder a espacios oficiales nos ha librado en el diario 14ymedio de ese periodismo de declaraciones que tan nefastos efectos produce. Citar a un funcionario, recoger las palabras de un ministro o transcribir la proclamación oficial de un dirigente partidista han sido por décadas el refugio de quienes no quieren atreverse a narrar la realidad de este país.
A falta de una credencial, nos hemos acercado a sus participantes en escenarios menos controlados, donde se han sentido más libres de hablar
Nuestra principal limitación se ha convertido en el mejor incentivo para hallar formas más creativas de informar. El silencio gubernamental sobre tantos temas nos ha motivado a buscar otras voces que puedan contar lo ocurrido. A falta de una credencial para entrar a un evento, nos hemos acercado a sus participantes en escenarios menos controlados y donde ellos se han sentido más libres de hablar. Desde una Federica Mogherini que respondió varias de nuestras preguntas a las afueras de la conferencia de prensa donde nos impidieron acceder, hasta empleados que nos advierten en un susurro sobre un acto de corrupción en sus empresas, o mensajes anónimos que nos ponen tras el rastro de una injusticia.
Arduo también ha sido encontrar nuestro verdadero papel como informadores, que se diferencia del rol del juez, del activista de derechos humanos y del opositor político. Nos corresponde hacer visible los hechos, para que otros se encarguen de condenarlos o auparlos. Somos constructores de la memoria de nuestro pueblo, pero no podemos imponerle cómo manejará su pasado o su presente. En fin, que como periodistas tenemos la responsabilidad de informar, pero no la potestad de imputar.
Tampoco podemos justificar nuestras faltas porque se nos ilegalice, persiga, estigmatice o niegue. Ningún lector va a perdonarnos que no estemos en el lugar exacto donde se tuerce la historia.