El rito anual

Yoani Sánchez

17 de mayo 2010 - 01:56

Sentí el griterío y al asomarme las calles estaban ya mojadas con el primer aguacero de mayo. La Habana cubierta por el velo de la lluvia, bañada por esas tenaces gotas que la sequía ha racionado al extremo en esta anómala primavera. Salieron primero los niños y el concreto gris de los edificios empezó a vetearse con franjas de humedad; su arquitectura de Europa del Este me pareció entonces más incongruente en medio del trópico pluvioso. Las amas de casa recogieron a toda velocidad la ropa de las tendederas y los perros abandonados se pusieron a buen recaudo hasta que amainara. Pero el chaparrón siguió cayendo y su persistencia convenció de empaparse –en la lluvia más esperada del año– también a los mayores.

Saqué una mano por el balcón a ver si valía el esfuerzo de subir a la azotea y ducharme bajo el cielo. Los cubanos aguardamos por este regalo de mayo que dejará listos los mangos para el convite y nos traerá además algo de “suerte”. De ahí que calarse hasta los genes con este chaparrón sea tenido como el conjuro anual contra lo malo, el rito natural de todo un pueblo que espera tiempos mejores. Finalmente, tomé la pesada escalera de madera y la puse en la escotilla del pasillo; arriba el sacramento de las nubes me mojó en pocos minutos. Sobre los techos había muchos como yo, aguardando porque el agua –ni metrada ni clorada– se llevara lo malo, nos protegiera contra lo que viene.

Estuve sobre mi apartamento hasta que escampó, mirando a quienes chapoleteaban en las calles con las ropas pegadas al cuerpo. Una anciana alargó los dos brazos fuera de una ventana para no quedarse sin la gratuita distribución de la providencia, mientras un borracho tirado en el parque era –a la misma vez– bendecido y espabilado por la lluvia. Durante el tiempo que duró el primer aguacero de mayo no sólo la gente jugueteó en los charcos y en los descampados, sino que proyectó ese espontáneo frenesí que la vida cotidiana recorta y desluce. Un rezo no articulado se elevó sobre las calles. Con él, cientos de miles pedimos  que el denso chubasco nos trajera una fracción igual de suerte. Todo apunta a que vamos a necesitarla.

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