Los rumores... las bolas...
Con los rumores pasa como con las inyecciones: si estás enfermo y te tienes que poner muchas ya las últimas ni te duelen. Al principio los bolas te ilusionan, después viene la confirmación de que son falsas y entonces sobreviene la frustración. Desde principios de este año -por ejemplo- comenzó a regarse que a partir del 1ro de junio Cubacel abriría sus contratos de telefonía celular a ciudadanos cubanos radicados en la isla y en moneda nacional. Muchos se quedaron con el móvil cargado y la melodía de inicio seleccionada sin que pudieran introducirle al aparatico la añorada tarjeta SIM.
También están las bolas que te llenan de expectativas en una dirección y después la realidad toma en sentido contrario. Justo eso fue lo que ocurrió con los cuchicheos sobre las flexibilizaciones del “Permiso de salida” y la “Carta de invitación”, que cesaron con la implementación de nuevos mecanismos que hacen, los trámites para viajar, más complicados y selectivos.
Los más temidos son los rumores que anteceden a la tragedia, los que anuncian redadas, recogidas, endurecimientos, pasos hacia atrás. Eso sí tienden a ser tomados muy en serio, no vaya a ser que sean verdad y te cojan fuera de base.
Yo soy de las que no cree en rumores. Tampoco creo en los hechos, pues muchas veces las bolas parecen más auténticas que la novelesca realidad en que vivimos. Murmullar, sisear, fantasear, especular, suponer, son verbos que proliferan cuando la falta de información se convierte en una constante. En el origen de la “bola” está el deseo de que se haga realidad el desesperado susurro que queremos ver convertido en hechos.
Lo peor que le puede pasar a un rumor es, que como en el conocido cuento infantil de “Pedro y el Lobo”, deje de hacer efecto de tantas veces repetido. La gente se vacuna contra él, controla las expectativas que desata y hace oídos sordos a lo que sugiere. El lobo, entonces, ya puede merendarse a las ovejas, pues no escuchamos los gritos de: “¡Ahora sí que es verdad!”.