Yo sospecho, tú sospechas, todos sospechamos

Yoani Sánchez

23 de octubre 2007 - 05:00

La maestra de mi hijo anunció que entre los estudiantes hay uno que -de incógnito- apunta en una lista a los que se portan mal. Bien temprano están experimentando estos niños la parálisis que genera el sentirse observado, el temor que provoca la delación. Por el momento, el “soplo” del colega agazapado sólo puede ocasionarles un regaño o un castigo, pero un día llegará en que podrá costarles el empleo, la posibilidad de viajar, los pequeños privilegios alcanzados y la libertad.

Para los que hemos convivido desde pequeños con todas esas suspicacias y paranoias, la confianza es un sentimiento que sólo trae problemas. Todos sospechamos de todos. Del que no se pronuncia afirmamos que “en algo andará”; si por el contrario se muestra extrovertido le ponemos el cuño de provocador infiltrado. Dudamos del vecino que nos sonríe mientras mira lo que llevamos en la jaba, del amigo que viene a visitarnos en momentos demasiado estratégicos y del familiar que nos convida a desbarrar por el teléfono. Recelamos del que se va, porque quizás está pasando a cumplir órdenes desde afuera, y nos guardamos del que critica -aquí adentro- porque su actitud puede ser un cebo para los incautos.

Miro a mí alrededor y compruebo que las sucesivas irrigaciones de paranoia han funcionado. De agentes de la CIA y miembros de la Seguridad del Estado están poblados nuestros miedos. El temido “topo” que todos podemos ser -y del que todos nos cuidamos- es la más eficaz de las mordazas y ha sido el más efectivo y logrado camino de la desunión.

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