Telenovela protegida

Yoani Sánchez

28 de febrero 2011 - 21:18

Me encuentro con una vecina en el ascensor, intercambiamos saludos, comentarios sobre el clima, preguntas acerca de si llegaron o no los huevos a la bodega de la esquina. Todavía vamos por el piso seis, cuando amparada en la momentánea privacidad de la cabina, me dice que gracias a mí ha podido ver una telenovela colombiana. No entiendo nada. Qué relación podría tener esta blogger escéptica de los culebrones dramáticos con el arte de sacarle las lágrimas a la gente frente a la pantalla. Pero la mujer insiste. Comienzo a evocar los guiones del viejo Félix B. Cañet cuando todavía faltan cuatro pisos para llegar a planta baja.

La respuesta me alcanza por el camino más inaudito. Mientras la pizarra del elevador marca el número 3, ella me cuenta que el miedo a la oscuridad del parque –a un lado del edificio– era el impedimento para llegar hasta la casa de una amiga donde cada noche proyectan un capítulo de la telenovela, captada por una ilegal antena parabólica. Pero ahora, afirma con gratitud, esa franja de concreto y vegetación está custodiada las 24 horas. Hago como que no entiendo, sin embargo, me subraya que los miembros del MININT que rondan mi casa han vuelto más segura la barriada. Preferiría creer que esas sombras que veo desde mi balcón son fantasías de alguien que consume demasiadas ficciones, pero la mujer vuelve a la carga. No me deja evadirme detrás de una sonrisa, más bien quiere subrayar que me debe el llegar hasta el otro edificio sana y salva.

Sin esperármelo, me veo retribuida por el horror, alguien acaba de agradecerme por ser carne de vigilancia, objetivo de centinelas. Nunca había visto una manera más ligera de entender la represión, pero me río con la vecina, ¡qué remedio me queda! En aras de no parecer distante, le pregunto cuál es la temática de la telenovela que yo le he “ayudado” a disfrutar. Se relame gustosa. Es una recreación del siglo dieciocho, con esclavos que huyen, matronas que tienen hijos ilegítimos que esconden de sus esposos, látigos que suenan sobre las espaldas, guardarrayas a oscuras que en la noche son custodiadas por mayorales y por perros.

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