Un trocito de tierra y algo más
Después de exprimir estos últimos meses, logro extraerles algunos sucesos que podrían denominarse “novedosos”. Uno de los más anunciados ha sido la entrega de tierras ociosas a quienes quieran hacerlas producir. Bajo el concepto de usufructo y por un plazo de diez años se ofrece hoy lo que hasta hace poco eran subutilizados latifundios estatales. Hecha la ley y estudiados los “pro y los contra”, el mayor problema ahora es convencer a los potenciales favorecidos de que no habrá una anulación prematura del contrato.
Contagiada por la nueva práctica de hacer producir lo subutilizado, me he paseado por mi ciudad pesquisando todo lo inútil. He logrado inventariar un número escalofriante de servicios, fábricas y centros de trabajo que compiten por el galardón de la ineficiencia. De manera que si le aplicamos la misma lógica que a la tierra, estos podrían ser ofrecidos a ciudadanos que los regenten de manera privada. El resto de nuestra economía centralizada, reclama el mismo tratamiento que esas hectáreas llenas de marabú concedidas en usufructo, hoy, al campesino autónomo.
En mi catálogo de “infecundos” abundan los restaurantes llenos de moscas y ausentes de ofertas, los caserones del Vedado que se enmohecen en manos de alguna institución que nadie necesita y los hoteles como el Capri, el New York o el Isla de Cuba, destruidos por la negligencia y la desidia estatal. De imponerse el sentido común, estos ejemplos de inactividad podrían ponerse en manos de ciudadanos, familias o grupos, dispuestos a hacerlos producir.
Mejor no sigo con este escudriñar de lo ineficaz. Podría llegar a proponer que las sillas del parlamento, los cargos políticos, los ministerios y sus dependencias, se entregaran en beneficio a aquellos que realmente los harán efectivos.